—La gente que juega con fuego se quemará —dijo Álex, con tono frío—. Y las personas que juegan con el miedo encontrarán que el miedo viene a llevarse su vida.
—He oído que has estado esparciendo miedo por todo Vancouver para que la gente sepa quién eres —dijo Álex, entrecerrando los ojos.
—¡No me atrevo! —tartamudeó Harlan, temblando.
—Si tan solo hubieras usado tu tiempo siendo amable y esperando a que volviera a ti, serías la persona más feliz de la Tierra —dijo Álex, posicionando su pulgar y dedo medio para golpear la frente de Harlan—. La próxima vez que nazcas, por favor, sé una buena persona.
—Por favor... —susurró Harlan, su voz apenas audible.
Álex chasqueó sus dedos.
De repente, Harlan no sintió nada —solo oscuridad.
Su cuerpo se desplomó en el suelo, sin vida. Por dentro, su cerebro ya se había convertido en papilla.
Álex suspiró con cansancio y salió de la sala de estudio.
Sin necesidad de confirmación, podía sentir la presencia de Sofía en una de las grandes habitaciones.
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