El eco del desfiladero era una trampa mortal. Cada disparo rebotaba en las paredes de piedra, multiplicando el estruendo hasta hacerlo ensordecedor. Los caballos relinchaban, nerviosos, intentando retroceder. Marina sujetaba a Santiago con fuerza, sus manos temblorosas cubiertas de sangre seca y sudor.
Eva, con la carpeta contra el pecho, sentía que la decisión la desgarraba. El Contador hablaba a través del altavoz, cada palabra como un puñal.
—Dámela, Eva. Entrega la verdad y los dejaré vivos. ¿Qué pesa más para ti: la justicia o la vida de quienes amas?
El aire se volvió insoportable. Los hombres armados aguardaban, apuntando desde arriba, seguros de que la presa no tenía salida.
Luca rompió el silencio, su voz un trueno que desafió al eco.
—¡Al infierno con tu justicia, Contador!
Y disparó.
El caos estalló. Las balas llovieron desde lo alto, haciendo retumbar la roca. Mateo respondió de inmediato, derribando a uno de los hombres que los flanqueaban. Eva, temblando, tomó la pistola