Capítulo 4 – La Casa Vacía
La puerta del vestidor se cerró con un clic seco. Sofía Rojas no miró atrás. Atravesó el pasillo como quien ya no necesita pedir permiso , sus pasos firmes y definitivos. El vestido de gala aún colgaba de su cuerpo, pero no la contenía. Era un envoltorio vacío, como su matrimonio. Al llegar al dormitorio, se descalzó. Dejó los zapatos alineados al borde de la cama. No por nostalgia. Por respeto a sí misma. El suelo helado le mordió los pies. No reaccionó. Frialdad por frialdad. Esa casa nunca le ofreció calor. No lloró.Solo respiró y en ese aire entró una certeza nueva , se iba y esta vez, no volvería. Encendió la lámpara del escritorio. Su sombra se proyectó larga sobre las paredes, como si estuviera dejando atrás no solo un hogar, sino una parte de sí misma que ya no quería cargar. Abrió la cajonera. Sacó una carpeta negra. Intacta. El contrato matrimonial. Dos copias. Dos firmas. Cientos de silencios no escritos. —"Durará mientras sea beneficioso para ambas partes" —leyó en voz baja. Esa frase ya no le dolía. Le confirmaba su desicion. Caminó hasta el armario. Tomó su maleta de cuero marrón, la coloco sobre la cama. No estaba huyendo era un acto de libertad. Tres mudas de ropa. Una bata médica. La agenda. Dos pares de zapatos cómodos. El estuche de lentes quirúrgicos y su laptop. Y ese retrato ,ella de niña, sonriendo con Isabel Castell la madre de Adrián La única sonrisa real en esa casa. El único recuerdo que merecía ser rescatado. Fue hasta la caja fuerte. Sacó su pasaporte, documentos, y la copia de su tesis. La acarició con ternura. Esa tesis no era un logro profesional. Era su promesa cumplida. Su legado. Se sentó, tomó una hoja. Un leve mareo la hizo tambalear pero se recupero ebseguida. > Adrián: Nuestro contrato ha expirado. Te dejo libre para que puedas cumplir con tus verdaderas obligaciones. Sofía. Se quitó el anillo. Lo dejó sobre el contrato. Una despedida sin escándalos. Solo la verdad. Apagó la luz.Cruzó el pasillo. Abrió la puerta. La cerró con suavidad y se fue.Sin mirar atrás. 5:48 a.m. La cerradura electrónica emitió un pitido sordo cuando Adrián Castell entró a casa con los hombros vencidos llevaba la chaqueta en el brazo, su teléfono se habia apagado, traía la camisa arrugada. Venía del hospital donde dejó a Valeria dormida porque fue sedada. “Será que de verdad es tan grave. Tal vez. Tal vez no lo es tanto. “ pensó pasándose una mano por el cabello despeinado, tan frustrado por la situación. Se dejó caer en el sillón .Se frotó el rostro cansado. Imágenes cruzaron su mente: la gala, el desmayo de Valeria,la caída, los flashes… y Sofía. Fugaz. Incómoda. —¿Estará en casa? No había preguntado por ella, ni tuvo tiempo de pensar ,la crisis de Valeria lo puso nervioso. Hasta ahora. Se levantó. Fue al escritorio para dejar el reloj que Sofía le había regalado en su segundo aniversario de boda ,ahí fue cuando lo vio: El contrato. La nota. El anillo. Todo colocado con exactitud quirúrgica. Como un cierre limpio. Tomó la hoja y la leyó en voz baja —“Nuestro contrato ha expirado.” Frunció el ceño y por un segundo, sintió alivio. Como quien se quita un peso de encima. Pero el alivio no duró mucho. Un vacío le llenó el pecho. Un hueco extraño. Como si le hubieran robado algo que no supo cuidar. Tomó el anillo. Lo giró entre los dedos. No tenía piedras. Ni grabados. Solo una banda de oro blanco, tan sencillo. Como ella. Como su amor por él. Recordó los anillos ostentosos que Valeria mostraba con orgullo. Sofía nunca pidió nada. Solo lo miraba con esos ojos sinceros. Solo lo cuidaba. Y él no lo vio. Marcó su número. Tenía su contacto en el celular como "ESPOSA". Una voz automática respondió: —El teléfono que intenta contactar está apagado o fuera del área de cobertura… Volvió a marcar y paso lo mismo . Nada. Subió al dormitorio y al abrir el armario vio que faltaba ropa y zapatos,su valija y la caja fuerte quedo abierta y vacía. En el baño, faltaba el cepillo de dientes , el perfume, su bata blanca. La casa ya no olía a Sofía. No olía a nada y eso fue lo peor. Fue al despacho y buscó su agenda ,no estaba entonces en un impulso, llamó al hospital. Necesito hablar con la Dra. Sofía Rojas.Habla Adrián Castell… su esposo. — Sr Castell.La doctora solicitó una licencia personal la noche de ayer . Indicó que no desea ser contactada. —¿Dónde está? —Lo siento. Esa información es confidencial. Colgó el teléfono y se quedó parado en medio del despacho. Solo. Con el contrato sobre la mesa, el anillo en la mano y la certeza de que todo lo que había ignorado todo este tiempo… ya no estaba. Al ver el anillo, Adrián recordó la vez que Sofía le cosió una herida tras un accidente de equitación. —¿Duele? —le preguntó ella. Él negó con la cabeza, aunque apretaba su mano hasta dejarle marcas. Ahora, esa misma mano temblaba. Se llevó los dedos a la nariz por impulso buscando el aroma del champú de lavanda que ella usaba. Ese aroma suave… también había desaparecido. Cerró los ojos. Por primera vez, no pensó en Valeria. No pensó en su salud, ni en su fragilidad. Soñó con Sofía. No lo hizo como esposa, tampoco como un deber. La soñó como lo que era, una mujer que lo amó sin condiciones, que lo sostuvo sin aplausos. Una mujer que lo dejó. No por falta de amor, sino porque aprendió a amarse más que a él.