CAPÍTULO — EL ORGULLO DE LO QUE SOMOS
La sala del Grupo Castell ya no tenía el aire tenso de hacía unas horas.
El silencio que ahora flotaba no era vacío: estaba cargado de recuerdos, de respiraciones contenidas, de corazones que todavía no sabían si podían bajar la guardia. Era un silencio que no asustaba, pero imponía respeto, como cuando se acaba una tormenta y el cuerpo entiende que el peligro pasó… pero aún no se anima a confiar del todo.
Las mismas paredes que había escuchado gritos, acusaciones y verdades crudas ahora sostenían un silencio distinto, uno más hondo, más sereno, como un lago después de la tormenta. El ruido de la reunión había quedado atrás, y en ese espacio amplio y elegante solo quedaban ellos. La familia.
No había secretarias, ni asesores, ni murmullos técnicos. Solo apellidos convertidos en carne. Solo personas con historia.
Mía seguía sentada.
Los hombros todavía encogidos.
El alma todavía desarmándose por dentro.
Tenía las manos cruzadas sobre