CAPÍTULO — “EL ABUELO PICARÓN"
Fabián Castell entrecerró los ojos, dio una palmada leve y dijo:
—Isabel, mi vida… traé el anillo.
Milagros abrió mucho los ojos.
—¿Qué anillo? —susurró, aunque ya intuía la respuesta.
Isabel apareció desde el pasillo como si estuviera trayendo un tesoro real.
Una cajita rectangular de terciopelo azul marino, elegante, antigua… de esas que cuentan historias antes de abrirse.
Se la entregó a Ayden con una sonrisa suave.
—Tené, mi niño —dijo, acariciando su mejilla con ternura—. Hacelo bien. Tu novia se merece respeto, amor… y un gesto que no olvide nunca.
El corazón de Ayden se apretó tanto que por un segundo creyó que no podría hablar.
Le temblaron los dedos al tomar la cajita.
Miró el anillo.
Brillaba con una luz casi dolorosa.
Entonces levantó la vista…
Y la miró a ella.
No fue una mirada de actuación.
Fue súplica.
Fue fe y amor desnudo.
“Por favor… sigamos esto por el abuelo”, quería decirle.
Pero adentro… adentro de su pecho gritaba