Fecha para el divorcio.

—Eso merece un brindis, no perderé a Dylan, así deba hacer arder el mundo— celebró Analía limpiando los rastros de lágrimas que tenía en su cara y para sellar ese comentario agarró el vaso con ron, lo acercó a sus labios gruesos y se tomó todo el contenido de un solo golpe.

—Así se habla Analía. Te dije que no debes deprimirte por esto. Eres la mujer que Dylan ama, solo piensa en todas las cosas que él ha hecho por ti. Eres su secretaria y enfrentó a su padre por ti. Tendrás a Dylan y las comodidades que brinda ser su esposa, tenlo por seguro, solo debes presionar un poco más y abandonara a esa mujer— le aconsejaba la amiga compartiendo una sonrisa.

—Tienes razón, los celos me cegaron, eso de ir a interrumpir la boda era una estupidez, Dylan estaría furioso, me conviene tenerlo calmado y llorando detrás de mí, por lo que seré un poquito ruda—. Analía dejó una distancia mínima entre su dedo índice y el pulgar.

 ∆∆∆

Toc, Toc, Judith escuchó unos toques en la puerta de su dormitorio, y cuando abrió lo primero que vio fue unos documentos frente a su cara, cerró y abrió los ojos por el impacto que ese acto inusual le provocó.

—¿Qué significa esto? 

Judith lo dejó con los papeles en las manos y él gruñó muy bajo antes de ponerlo sobre su pecho sin una pizca de delicadeza.

—Debes firmarlos, uno es un acuerdo de divorcio con una fecha límite de ocho meses y el otro es un contrato donde te comprometes a seguir mis reglas mientras estemos casados. Y si tienes algunas debes decirlas para ver si se pueden agregar— le explicó con su tono despectivo y ella no podía cerrar los labios por el asombro y sin pensarlo soltó una risa seca y carente de gracia.

—¡Por amor a Dios! —. Ella jadeó incrédula.

» ¡¡Acabamos de casarnos, y ya quieres que te firme un divorcio!!— vociferó Judith, impactada y manejada por los nervios. Se peinó el cabello con los dedos, mientras internamente pedía a Dios que le colmará de mucha paciencia.

—Es justo lo que tiene que pasar, no nos amamos, y debemos ponerle un fin a este matrimonio, solo te daré ocho meses, no más. 

El rostro de Judith estaba desencajado, en cambio, Dylan le hablaba con tono agrio y con mucha rabia reprimida.

—Has pedido que cumplas con el arreglo que hizo tu madre, bien lo estoy haciendo, pero no seré tu esposo.

» Tú te ocuparás de tus necesidades y yo de las mías, debes respetar mi espacio personal, solo seremos dos extraños viviendo bajo un mismo techo, porque realmente es eso lo que somos— le exhortó Dylan con ojos entornados, destilando desprecio a través de sus palabras porque le tiene resentimiento, ya que piensa que fue ella quien convenció a su madre; sin contar que aborrece que su progenitora piense que Judith es mejor mujer para el que su amada Analía.

 Él no le ve nada en especial, la veía de pies a cabeza, detallando su ropa tan larga que no deja ver piel y su pelo atado en un moño que parece haber nacido con él porque las veces que la ha podido ver (que han sido muy pocas) no ha cambiado nada, siempre igual, muy diferente a Analía, una mujer sensual, con unas curvas alucinantes que lo hacen suspirar maravillado.

—Yo… no—. Dylan no la dejó continuar cuando alzó la mano derecha.

—No me interesa saber nada, lo único que quiero es que firmes estos acuerdos, para mí no valen las palabras, solo las firmas—. Dylan dio media vuelta y antes de dar el primer paso le reiteró:

» Espero que para mañana estén firmados, y lees bien mis reglas. No necesito que cumplas ninguna responsabilidad.

En medio de su corto descanso, Judith se perdió en el recuerdo del día que su padre le dijo que estaba comprometida y que su boda sería en tres días.

Recuerdo:

Judith estaba recibiendo unos productos de sus proveedores cuando recibió una llamada telefónica, metió la mano dentro de su delantal y sostuvo el teléfono debatiéndose entre responder o devolver la llamada más tarde, pero tras ver la insistencia con la que replicaba el teléfono supuso que era muy urgente.

—Dejen los vegetales en el congelador de la izquierda y las carnes y embutidos en el de la derecha, por favor no se equivoquen— solicitó a los ayudantes de cocina que estaban recibiendo el pedido junto a ella.

—Buenos días, padre, sé que siempre cuento con tu bendición, pero déjame decirte que ahora mismo estoy muy, pero muy ocupada, ¿Podrías llamarme más tarde? —. El hombre al otro lado de la línea se arregló los lentes y agitó la cabeza con movimientos lentos a medida que sonreía.

Hija mía, nunca estás desocupada, siempre que te llamo es lo mismo, te espero en la empresa a la hora del almuerzo— le dictó Julián con tono autoritario sin dejarle espacio para una excusa o negativa y aun así ella refunfuñó:

Papá, sabes muy bien que a esa hora no puedo, tengo muchos clientes esperando por sus pedidos, el restaurante está lleno, en la noche iré a casa y allí hablaremos.

—¡Judith Kanet! ¿Cuándo te volviste tan desobediente? No puedo creer que ya no me obedezca porque te sientes independiente, que diría tu madre—. Julián sabía ciertamente que el punto débil de Judith es su madre, por lo que cuando quiere manipularla a que haga lo que él quiera la menciona como acto de lamentación.

Bien padre, iré a la hora que dices, pero por favor ya no menciones a mi madre, estoy tratando de seguir adelante, ¿podría no hacerme sentir que soy una mala hija? —. Al final, más que a un pedido, su voz sonó a ruego.

3 horas después:

Judith estaba almorzando junto a su padre, quien le hacía gestos para que comiera, ya que ella se detenía para observarlo, ansiosa por saber qué era eso tan importante que debía contarle.

—Alguna vez te comenté que tu madre era una mujer visionaria, que fantaseaba con un buen futuro para ti, por esa razón te comprometió de manera verbal con el hijo de su mejor amiga Darla —. Judith casi escupe el trozo de carne que tenía en la boca cuando empezó a toser de manera exagerada.

—Padre, tengo un prometido y a estas alturas de mi vida es que me lo confiesas, ¿qué se supone que quieres que haga? — cuestionó dramática porque no le parecía muy bonita la noticia.

—Casarte, Judith, somos hijos de la muerte y quiero verte casada, ya tienes edad suficiente.

—¿Papá, no piensas que estás exagerando? — preguntó con hombros decaídos y con semblante triste. Pasar de ser una chica libre para convertirse en la esposa de un hombre que ni bien conoce no le hacía gracia.

—Apenas tengo 25 años, y tú eres joven, mi madrastra es testigo de que tengo toda la razón y puedo esperar cinco años más para convertirme en la esposa de alguien, solo para que te sientas bien porque en mis planes de vida no estaba casarme— protestó un poco molesta.

—¡Judith Kanet! ¡¡debes honrar la promesa que ha hecho tu madre!!— exigió su padre con tono tosco y Judith, que nunca lo había visto tan furioso, se exaltó. Entonces la pena ligada a la culpa la hizo asentir.

—Si mi madre lo eligió para mí cuando aún era yo tan pequeña es porque debe ser el hombre que me conviene—murmuró convencida.

—Buena hija, así es, debes asegurarte de ser una buena esposa y una obediente nuera, estoy seguro de que es lo que querría tu madre.

Fin del recuerdo.

A la mañana siguiente Judith ya estaba lista para ir a su restaurante, pero decidió esperar un poco más porque necesitaba hablar con Dylan, sin embargo, él no bajaba.

Arriba será mi piso personal, por favor evítame la molestia y nunca subas, así sea un asunto de vida o muerte—. Recordó las palabras dichas por Dylan cuando estuvo a punto de subir el primer escalón y decidió retirar el paso que había dado, aunque tiene apuros por conversar con él, quería evitar pasar un mal momento porque Dylan es muy cortante y de cierto modo, aunque no debería la hace sentir herida con su actitud; miraba el reloj en su mano derecha notando que se hacía tarde, y expulsaba el aire, pidiéndose a sí misma paciencia. Hasta que no fue necesario esperar más porque lo vio bajar con un portafolios en mano y luciendo un traje de color gris que le quedaba endemoniadamente perfecto. 

Cuando dejó de detallarlo para visualizar su rostro, todo lo que le pareció perfecto dejó de serlo, Dylan tenía las facciones tan endurecidas que sin palabras siente el desprecio que le tiene.

—Debemos hablar sobre algunas reglas que has puesto aquí—protestó incómoda con ese acuerdo matrimonial que ha preparado Dylan y que únicamente le favorece a él.

—¡¿Por qué no lo has firmado?!— cuestionó   con rudeza, ignorando el reclamó que le ha hecho ella.

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