Lilian miró la pantalla del móvil sin parpadear. Sus manos aún temblaban. El aliento le faltaba.
Con movimientos torpes y nerviosos, pulsó el botón de llamada. Segundos después sonó el tono de llamada.
—¿Hola? —la voz de Carlos sonó fría desde el otro lado.
—¿¡Qué demonios es esto, Carlos?! ¿Demandar la custodia de Gabriel? ¿Estás loco? —contestó Lilian con voz temblorosa.
—Solo estoy tomando una decisión lógica —respondió Carlos con calma—. Gabriel necesita un futuro estable. No tienes empleo, ni sabes dónde vas a vivir.
Lilian gimió, herida por dentro y furiosa por fuera:
—¿Así que por no tener trabajo y no tener casa, crees que no merezco ser madre? ¡Yo he cuidado de Gabriel desde que nació! ¡Yo lo cargué durante nueve meses! ¡Yo luché entre la vida y la muerte en su parto! ¡Tú no puedes cuestionar mi derecho como madre!
Carlos suspiró:
—El tribu