[ZAED]
La madrugada ya está con nosotros, y el silencio pesa más que cualquier palabra. La brisa fría golpea mi rostro, pero no me despierta; estoy atrapado en esa frase que ella dijo, en esas pocas palabras que destruyeron todo lo que creía haber dejado atrás: “Lo perdí.”
No solo la dejé a ella. También dejé a nuestro hijo.
Me cuesta respirar. Siento el pecho apretado, como si el aire mismo se negara a entrar. Ella está a mi lado, mirando el mar, y cada vez que su pecho tiembla por el llanto contenido, algo dentro de mí se rompe un poco más.
—¿Cómo? —pregunto al fin, con la voz quebrada—. ¿Cómo fue que lo perdiste?
Alya se pasa una mano por las mejillas húmedas, como si intentara borrar las lágrimas y con ellas la historia que acaba de revivir. La veo tan frágil que me duele mirarla.
—Me enteré dos semanas después de que te habías ido —dice con un hilo de voz—. Me sentía mal, fui al médico… y me confirmó la noticia.
Hace una pausa. Su respiración se entrecorta, como si cada palabra l