—Vamos amiga, paguemos con nuestras tarjetas, que si tienen dinero, qué vergüenza, que vengan a hacer perder el tiempo a las pobres chicas que están trabajando, eso no se hace. —Dijo Alba, mientras reía, las chicas que trabajaban en el local también se rieron al ver a aquellas dos mujeres tan estiradas en esos aprietos.
Alondra y su madre se retiraron sin decir una sola palabra, para mujeres como ellas, esa situación equivalía al fin del mundo.
Ana y Elba salieron del local un poco después, se dirigieron a la salida del centro comercial, esperaban para abordar un taxi cuando un elegante auto niño se detuvo frente a ellas.
—¿Puedo llevarlas señoritas? —Era Antón, regresaba de una reunión en uno de sus resorts, al pasar por ahí vio a Ana.
—Se lo agradecemos, señor Mondragón, pero esperaremos el bus. —Su amiga le pegó con el codo en un costado.
—No le haga caso a mi amiga, nos encantaría que nos llevara, se lo agradeceríamos infinitamente.
Ana se quedó asombrada por el atrevimiento de su