—¿Te está gustando el país? —me preguntó recostándose en la silla con la taza en la mano.
—Sí, realmente es todo lo contrario a lo que me había imaginado.
—¿Ves como no corres ningún peligro? Conmigo estás a salvo.
—Pues me alegra saberlo, a ver si es verdad que no me secuestran, o que me cambies a un pastor de ovejas por cuatro camellos.
—Si te cambiara, quizás me dieran dos.
—¿Dos camellos? —pregunté abriendo los ojos como platos, ¿ni siquiera los cuatro que yo había pensado? — ¡Qué horror, que poco valor tengo yo aquí! Entonces, no aceptes camellos, busca un jeque, ese al menos te daría acciones en su petrolera, o diamantes, qué sé yo.
—Millie...— sonrió, negando con la cabeza. — ¿para qué necesito petróleo o diamantes, cuando lo que quiero es a ti?
Me miraba fijamente y yo seguía con mi desayuno,tratando de evitarlo, pero era imposible, me sentía observada y claro, se me iban los ojos a él.
Contemplé la plaza una vez más, esa tranquilidad que se veía ahora tan diferente