Valentina, veintiocho años (tres meses antes de morir):
—Valentina… ¿estás segura de que a ti te hace bien el verme diariamente? —cuestionó el hombre.
—¿Por qué lo pregunta, señor?
—Ante todo es por mi culpa que tú perdiste a tu prometido —explicó él—. Por más joyas que yo te regale o por más perdón que intente pedirte, nunca podré traerte de vuelta al hombre que amabas.
Aquellas palabras golpearon duramente el pecho de Valentina, impidiéndole respirar. Los labios le temblaban y las lágrimas querían acumularse en sus ojos. Tuvo que poner todas sus fuerzas para poder controlarse.
—Señor… —dijo después de aclararse la garganta—. Usted y yo nos conocemos desde muy jóvenes, sé que nuestra relación no ha sido la mejor&