3. La boda

Christa Bauer

La ceremonia en la Iglesia de Santa Rosa, en el poblado de Montenegro, fue sencilla pero muy emotiva. Fue lo que Marcelo pudo permitirse con su sueldo de capataz del rancho, aunque mi padre se ofreció a hacerse cargo de los gastos de la fiesta.

Marcelo se veía nervioso. Llevaba puesto un traje azul marino y, por primera vez, se había peinado el cabello negro que siempre llevaba alborotado. Nunca había visto a mi hermana tan feliz, y eso me alegraba: saber que había encontrado a ese hombre especial con quien compartiría su vida para siempre, tal y como alguna vez le escuché decir a mamá.

Me pregunté si algún día yo tendría una boda tan bonita como esa, si algún día conocería a mi hombre especial. Pero no imaginaba quién podría ser. Mamá me tenía prácticamente sentenciada a no hablar con ninguno de los peones; Fred siempre me acosaba en el bachillerato, así que no tenía amigos con quienes salir. Pero bueno, eso no importaba ahora. Aún era muy joven para esas cosas, como decía papá.

Fui la dama de honor de mi hermana y me senté al costado del altar, cerca de los novios. Al otro lado estaba Bruno Pérez, el padrino de honor de mi cuñado. Hace un par de meses se había casado con Margarita López, una jovencita de apenas dieciséis años, de cabello castaño y largo, piel bronceada con algunas pecas en las mejillas y unos ojos marrones muy lindos. Siempre me pareció una joven muy agradable, aunque no éramos amigas.

Sus padres trabajaban en el rancho: su padre era vaquero y su madre ayudaba con las labores domésticas de la casa, igual que Margarita. Al parecer, había conocido a Bruno en una de las veces que él vino al rancho a entregar combustible de la gasolinera donde trabajaba. Ahora vivían en un pequeño cuarto que les habían dejado los padres de Bruno, quienes residían a las afueras del pueblo.

Si bien su pequeña familia era muy humilde, ellos se veían mucho más felices y enamorados que mi hermana y Marcelo. Él tenía una expresión como si lo estuvieran casando a la fuerza.

Al finalizar la ceremonia, Marcelo tomó a mi hermana por la cintura y la atrajo hacia él, dándole un breve beso en los labios. Mi hermana se estaba convirtiendo en mujer. A pesar de los malos ratos y sus malos tratos, la quería, deseaba lo mejor para ella y, de alguna manera, sabía que extrañaría verla todos los días en casa.

Respiré hondo al ver cómo mi madre se limpiaba los ojos con un pañuelo. Una lagrimita de emoción asomó también por los míos, y la aparté rápidamente. Mi hermano Fred y algunos amigos no paraban de lanzar arroz al aire mientras los demás salíamos de la iglesia.

Los invitados se acercaron a felicitar al joven matrimonio. Mi hermano y yo abrazamos a Greta, deseándole lo mejor en esta nueva etapa. Se sentiría raro no tenerla a diario en casa, pero sabíamos que la veríamos seguido: papá había mandado construir una pequeña casa para ella y Marcelo cerca de la nuestra, en las mismas tierras familiares.

Regresamos felices al rancho. Durante el trayecto, todas las camionetas formaron una caravana detrás de la nuestra. Esta vez, mi abuela viajó con papá y conmigo, ya que Marcelo ocupaba su lugar en la otra.

Al bajar de las camionetas, tuve que hacer un esfuerzo por no abrir la boca de la impresión. El jardín estaba bellamente decorado, mucho más de lo que estaba cuando salimos.

Seguí a mi madre hasta la cocina, pensando que tal vez necesitaría ayuda para servir la comida. Pero mi rostro se llenó de vergüenza al escucharla hablarle a los empleados de esa manera.

—¡Necesito que sirvan rápido la comida, muévanse, que para eso se les paga! ¡No quiero que ningún invitado se quede sin bebida ni comida! ¡Quiero que este día se recuerde como la maravillosa boda de mi hija, Greta Bauer!

La mirada fulminante de las seis cocineras fue a parar a mamá, quien las ignoró por completo. Para su mala suerte, Margarita entraba en ese momento con su madre a la cocina.

—Y tú, ve y ponte un delantal. También trabajas en esta casa, ¡no quiero verte sentada por ahí! —le espetó.

—¡Pero mamá! Margarita es la esposa del padrino de honor de Marcelo —le expliqué.

—¡Me importa un bledo que sea esposa de ese gasolinero! Aquí es mi empleada y tiene que desquitar su sueldo o se me va del rancho… A ver si alguien es tan tonto como para contratar a una menor de edad como ella.

Vi con lástima como Margarita no dijo nada, solo bajó la vista, no entendía por qué mamá era así de cruel con los empleados, en cambio, papá era mucho más comprensivo, frente a él ella no les hablaba de esa manera. 

—Sí, señora, enseguida me pongo un delantal. 

La mirada de mi madre fue a parar hasta donde yo estaba, toda mi espalda se tensó. 

—¡Tú, ayúdales! Que tu padre dijo que era innecesario contratar más ayudantes.

—Si mamá, como digas…

Apenas salió echa una furia de la cocina, tomé un par de bandejas donde comencé a poner los panes para acompañar la carne que habían cocinado.

—Señorita, déjeme ayudarle —escuché la voz de Margarita a mi lado. 

—No te preocupes, serviremos la comida lo más pronto para que puedas volver con Bruno —Margarita sonrió amablemente. 

Mientras los niños corrían jugando por el jardín, las madres charlaban cosas de mujeres adultas alrededor de la novia y los hombres se reunían al fondo de la fiesta a beber cerveza, Margarita, algunas empleadas y yo servimos el resto de la comida. 

—¿Puedo pedirle un favor, señorita? —me preguntó Margarita cuando coincidimos nuevamente en la cocina. 

—Si claro, dime, y por favor, dime Christa. 

—Si su madre me escucha decirle así, me corre. 

—Está bien, dime. 

Podía ver la pena en el rostro de la joven castaña.

—¿Puede servir usted en la mesa donde se encuentra mi esposo y su familia? Si me ve se enfadará, le había dicho que hoy no trabajaría. 

—Sí, iré yo. 

El semblante de Margarita se relajó. 

Llegué a la mesa de la familia Pérez, comencé a servir la comida primero a sus padres, luego a Bruno, él me miraba de manera extraña, terminé rápido alejándome del lugar, sentí su mano en mi brazo. 

—Christa, ¿verdad? —asentí —¿sabes dónde está Margarita? 

Mi espalda se tensó, no sabía que responder, ¿debía decirle que estaba trabajando? O una mentira.

—Está en la cocina con su madre —me limité a decir. 

Bruno abrió los ojos a unos enormes —¿está trabajando? —me preguntó inquiriendo.

Sonreí nerviosa —apoyando.

El chico se llevó la mano al rostro —dijo que hoy no trabajaría —parecía estar algo enfadado. 

—¡No es culpa de ella! ¡Mamá la puso a trabajar!

El joven, frente a mí, clavó sus ojos en mí, sentí como su mirada enfurecida atravesó mi pecho, el temor me asaltó por un momento, cuando vi que comenzó a caminar en dirección a la cocina, corrí tras él temiendo que se encontrara con mi madre. 

 —¡Margarita! —vociferó en el marco de la puerta. 

Margarita se giró de inmediato al escuchar su voz. Caminó rápidamente hasta la puerta. 

—Dijiste que hoy no trabajabas…

—Lo siento amor, es que… —Margarita estaba sintiendo tanta impotencia. 

—Fue esa señora, ¿verdad? —Margarita asintió bajando la vista. A pesar del notable enfado evidente en el rostro de Bruno, pude notar como él miraba con ojos de amor a su esposa, en un tierno gesto con su mano, cuando acarició su mejilla todo mi cuerpo se aligeró —dame ese mandil. 

El rostro de Margarita se tornó confuso, pero accedió a la petición de Bruno.  Cuando tuvo el mandil en sus manos, se giró para dármelo.

—Puedes decirle a tu madre que Margarita ya no trabaja para ella. 

Asentí pasmada. 

—Pero Bruno, necesitamos el dinero…

—Ya veré como le hago amor, pero no me gusta que alguien traté a mi mujer de esa manera, hoy veníamos como invitados, somos los padrinos de Marcelo y eso ni siquiera es algo que pueda respetar Imelda Bauer. 

Bruno depositó un beso en la frente de Margarita. Ambos se abrazaron mientras yo observaba la tierna escena. Los vi marcharse de regreso a la fiesta, no sé por qué, pero sonreí al sentir alivio de que Margarita tuviera un hombre como Bruno, que la defendiera y amará tanto.

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