— No puedo creer que hicimos esto… — dijo Gael, mientras conducía por la carretera poco iluminada, sin rumbo fijo.
— Yo… yo no pude — murmuró Eloá, con los ojos vidriosos, intentando contener el llanto, pero fracasando.
Gael estacionó el coche en el arcén, apagando el motor. El silencio de la noche