Mundo ficciónIniciar sesiónEl sol se filtraba cruelmente por la ventana. Abrí los ojos, y el mundo giró. El dolor de cabeza era un martillo implacable. Christopher estaba acostado a mi lado, respirando con calma. Un recordatorio tangible de la noche anterior y de la promesa que me hago y rompo sin falta: no volveré a beber. Suspiré, tratando de rescatar las migajas de la víspera.
Aún me cuesta creer la vida que llevo. Hace mucho tiempo, yo era feliz. Mis padres estaban juntos y él... él estaba allí. Él me enseñó a mirar más allá de la superficie. Pero esa vida se rompió en pedazos.
—Ven acá, Ángela —dijo, acercándose con un balde de agua. Sonreí, llena de vida, y salí corriendo—. ¡Alto!
...
—Estoy orgulloso de ti.
—¿De que me postule a mi beca o de que siga usando el uniforme de animadora?
—Puede que de ambas.
...
—Mi madre murió —Le dije entre sollozos, sintiendo cómo mi mundo se derrumbaba.
—Princesa, aquí estoy para ti —Me abrazó con una fuerza que prometía que nada podría tocarme.
—La perdí.
—Sé que nada consolará tu dolor, pero aquí estoy para que puedas llorar.
...
—Desde que tu ex volvió, casi no tienes tiempo para mí. —Su voz sonaba a reproche y distancia.
—Deja los celos. Tan solo somos buenos amigos —Me encogí de hombros, intentando minimizar una verdad incómoda.
—¿Amiga de tu ex?
—No te molestes. —Intenté acercarme, pero él simplemente se fue.
...
—¿Si pidieras un deseo, cuál sería? —Me preguntó con esa sonrisa que ya no veo.
—Que nunca me dejes.
—Eso nunca pasará.
...
La última discusión. La más brutal.
—¿Dónde estás?
—Te dije que luego del partido íbamos a ir a una fiesta.
—Voy para allá. Tenemos que hablar.
—No.
—¿Por qué?
—Después de lo que me hiciste, no quiero hablar contigo.
—Voy en camino.
Salí de la casa. Las primeras gotas de agua cayeron sobre mí, y pronto, la lluvia llegó con fuerza, como si quisiera lavar mi alma. Había algo que tenía que decirle. Algo enorme, y no sabía cómo lo tomaría.
De repente, vi las luces de un auto venir rápido. Todo se volvió caótico. De la nada, otro auto apareció e impactó. Un destello. Un sonido ensordecedor.
—Papá, ¿ya puedo pasar a verlo?
—Lo lamento, Ángela, pero lamentablemente él falleció.
Salí de ese recuerdo con una sacudida, la promesa rota resonando en mis oídos. Mi madre siempre me decía que no tomara, o que pidiera un taxi. Si tan solo la persona que conducía ese coche hubiera tenido a alguien que le dijera eso...
Desde ese día, me he vuelto incapaz de enamorarme. Tengo un dolor tan grande, tan profundo, que ahora sé que mi comportamiento es un castigo autoimpuesto. Sé la verdad, sé lo que pasó, pero no quiero herir a Christopher. Ya lo hice bastante cuando lo elegí a él (a mi ex) en lugar de a Christopher.
Sin embargo, Christopher nunca me ha dejado sola. Estuvo cuando me internaron. Estuvo en mis crisis. Estuvo cuando me enviaron fuera del país. Tolera que haya cambiado de ser la tierna rubia, con un futuro prometedor, a esta persona de cabello morado y ropa oscura que muchos llaman "sin futuro". Tolera mis borracheras, mis excesos. Él es mi ancla y mi penitencia.
Me arreglé con mi uniforme de coraza: falda, blusa y chaqueta negra. Botas de plataforma. Recogí mi cabello morado en una coleta baja.
En el campus, mis amigos se acercaron. Nos llaman "los raros" por mi estilo y porque mi amiga es trans. Pienso que es el mundo el que está equivocado. Llegó mi mejor amigo, pantalones rotos, negro de pies a cabeza. Puso su brazo sobre mis hombros, y entramos a clase.
Ahí estaba. El chico que me sacó de la piscina dos veces. Mateo.
Pasé a su lado sin decir nada, como si no existiera. No puedo permitirle entrar. Si se acerca, verá la grieta, y si ve la grieta, puedo volver a sentir, y si vuelvo a sentir, puedo volver a perder. Es más seguro odiar al héroe.
Narra Mateo.
Después de tres turnos insoportables de Matemáticas (las odio, soy pésimo en los números), me dirigí al comedor con Selena. Solo pedí café. Había pasado la noche entera dando vueltas a imágenes fugaces, gritos, llantos de niños. Las ojeras eran la prueba, y tal vez, la señal para visitar a mi doctor.
—¿Solo tomarás café? —Selena me sacó de mis pensamientos.
—Sí, anoche no dormí muy bien —Me revolví el pelo.
—Sí, ya te noté esas ojeras de mapache que te traes. —Así es Sel, siempre riéndose de mi desgracia—. Mira, ¿esa no es la chica de la piscina?
Me señaló una mesa. Ahí estaba ella, Ángela. Rodeada de un grupo ruidoso, pero ella estaba seria, sumida en sus propios pensamientos, tan lejos como yo de la algarabía. Ignoré la presión que sentí en mi pecho y me senté lejos.
El almuerzo pasó rápido. Me despedí de Sel y me dirigí a mi próxima clase: Literatura. La amo.
Al entrar, alguien se interpuso en mi camino. Ella. La sorpresa, seguida de un claro desagrado, se dibujó en sus ojos morados.
—Perdona —Me disculpé. Ella simplemente me ignoró, pasando de largo sin un asentimiento.
¡No lo podía creer! ¡Esta chica es una malagradecida! Le salvé la vida dos veces y ni un "gracias" he recibido. Me olvidé de la ofensa y entré al salón.
Ahora, la sorpresa y el desagrado se instalaron en mi cara. El único asiento libre era justo al lado de la chica piscina-barra-malagradecida. Me senté a su lado sin mirarla. Si ella podía ignorarme, yo también.
—Bien, bien, cachorritos de agua dulce —nos llamó el señor Garret, un hombre de edad media, calvo y con una corbata de donas sobre una camisa rosa—. ¿Qué les parece si empezamos con un proyecto?
Los quejidos llenaron la sala.
—¡Shhhh! Se me callan o los mandaré a hacer dos proyectos más. —El silencio fue sepulcral—. Bien. Lo harán en parejas, según la lista del pizarrón.
Me levanté a revisar la lista. Rezando por un compañero que al menos supiera cocinar, aunque no sabía qué tenía que ver eso, pero mi estómago vacío me pasaba factura. La sorpresa, de nuevo, me congeló. Ángela. Me había tocado con la chica piscina.
—Nos tocó hacer el proyecto juntos —La tomé del brazo cuando pasó a mi lado, yendo hacia la salida.
Se soltó bruscamente y se giró hacia mí. Di un paso atrás; su hostilidad era palpable.
—Cuando termine mi parte, te la entrego —me respondió secamente, sin mirarme a los ojos.
—Es un trabajo en conjunto, por si no sabías.
—Te repito, cuando termine mi parte, te la entrego. ¿Tienes algún maldito problema con eso? —Lo último lo escupió entre dientes.
—¿Tú tienes algún maldito problema conmigo? Te he salvado el culo dos veces. Dos malditas veces, y lo único que haces es ignorarme. ¡Ni siquiera me has agradecido, cosa que no hace falta, pero igual...! —Casi le estaba gritando. La atención de la clase se centró en nosotros, pero no me importó.
—Cuando termine mi parte del trabajo, te lo entrego. —Me repitió, y así, sin más, se fue sin dejarme replicar.







