Mundo ficciónIniciar sesiónNarra Ángela.
Estaba acostada, pero mi mente era una noria girando a toda velocidad. Pensaba en él. En el pasado. En el accidente.
—¡Tierra llamando a Ángela! —La voz de Leah, mi compañera de cuarto y amiga, me sacó de mi abismo.
—¿Qué? —respondí con un tono que no pude evitar que sonara a molestia.
—Llevas días así, ida. Debes concentrarte, tienes prácticas hoy.
—Lo sé.
—¿Qué te pasa? ¿Peleaste con Christopher?
—No es eso, solo que... —Me interrumpió la risa gutural de Bruno, que se lanzó a mi cama como si fuera suya.
Sonreí al verlo. Él era mi compañero no solo de fiesta, sino de vida; el típico bad boy por el que muchas suspiran, pero que para mí es solo un ancla rota.
—¿Qué haces acá, Bartolomé? —Le recriminé, disfrutando su mueca.
—¡No me pongas ese apodo, no soy tu cachorro! —Rió.
—Está bien, Bruno.
—Escuché que el chico nuevo de tu clase te gritó.
Leah intervino con su tono preocupado. —¿El mismo que te salvó de la piscina?
—Ustedes siempre exageran. Nunca me dejaría gritar —Mentí con fluidez. La verdad era que las palabras de Mateo me habían picado.
—Me preocupas. Has estado muy ida —insistió Bruno.
—Se preocupan de nada. Tengo que ir a entrenar.
—Te acompaño.
—No me perderé, Bruno.
—Quiero ver a las chicas entrenar —dijo, con esa sonrisa de idiota que me hacía reír.
Rodé los ojos, pero mi sonrisa se ensanchó. No quería pensar en nada más que en la disciplina. Debía enfocarme en mi beca. Puede que la Ángela animada que entrenaba y sonreía a la vida haya muerto, pero esa beca era vital. No quería que mi padre pagara mi carrera.
Toda la semana transcurrió bajo el mismo guion: ignorar al chico en mi clase. No soporto a las personas que se entrometen. Los salvadores, los curiosos, los que buscan la grieta.
Llegó el domingo por la noche. Un poco de caos me vendría bien. Christopher estaba fuera, en un partido. Me duché, sintiendo el agua hirviendo lavar mi irritación. Me vestí con mi armadura habitual: shorts de cuero, botas de plataforma y una camisa negra larga.
Nadie me ha visto nunca con una camisa corta. Nunca han visto mis brazos. Y doy gracias a Dios porque el uniforme de entrenamiento los cubre. No quiero que nadie conozca mi parte más débil.
Observé mis antebrazos en el espejo. Allí estaban. Las cicatrices, blancas y delgadas, mapas de dolor y de mis "salidas" desesperadas de la realidad. Terminé de vestirme y salí.
Caminé por el campus, y ahí estaba él. El destino es un maldito guionista. Pasé de largo, ignorándolo como era mi costumbre, pero me detuve en seco cuando habló.
—Espero que ya esté terminado el trabajo.
M****a. Lo había olvidado por completo. Las fiestas y el drama habían borrado el proyecto de mi mente.
Narra Mateo.
—Espero que ya esté terminado el trabajo —Le expresé a la chica de negro. Sabía que sonaba demasiado intenso, pero con ella, ya no me interesaba causar buenas impresiones.
—Eh... no... no he tenido tiempo —Balbuceó, la vergüenza tiñendo sus mejillas, una reacción que no le había visto antes.
¡No podía creerlo!
—Si no lo sabías, también dependo de ese trabajo —Le expresé toda mi molestia, sin importarme el volumen. Ella miró a los costados, incómoda.
Si ella podía enojarse e ignorarme, yo también podía ser perfectamente directo. La observé, su incomodidad no me importó. Había sobrepasado mi límite.
—De verdad no sé cuál es tu problema conmigo, pero por favor, no involucres lo personal con lo laboral y deja de ser tan inmadura. Eso no te ayuda en nada. —Me di media vuelta. Por encima del hombro, vi que se había quedado perpleja ante mis palabras, pero seguí mi camino sin darle oportunidad de hablar.
¡Qué carácter, chico! Me aplaudí mentalmente.
Pensé en ir a mi habitación. Haría mi parte. Pero el proyecto era de ambos. Sin su contribución, mi nota sería incompleta. ¿Por qué no me tocó un compañero normal, responsable? Me pasé la mano por la cara, exasperado.
Decidí darme un baño. Al salir, me estaba terminando de vestir cuando tocaron la puerta. Debe ser Selena. Voy a obligarla a ayudarme.
Sonreí maliciosamente mientras abría la puerta. —Pero mira a quién nos ha traído el...
Mi sorpresa fue tan grande que me quedé de piedra. En el umbral no estaba Selena, sino la propia Ángela.
—¿Q-qué haces a-aquí? —Me maldije por el tartamudeo.
—Vengo a hacer el proyecto, ¿qué más? —Me mostró los libros, dándole énfasis. — ¿Puedo pasar? —Preguntó, pero ya estaba dentro.
Esta chica era bipolar. Creí que mi sermón la había ayudado a recapacitar.
—Sí, claro. Pasa, estás en tu casa —le dije irónicamente, ya que estaba observando mi habitación con curiosidad. Ella rodó los ojos ante mi respuesta.
—Vale, empecemos de cero. Me llamo Ángela —Estiró su mano.
—Mateo —Estreché su mano. Por primera vez, me devolvió una sonrisa real.
—¿Empezamos? —Señalé mi escritorio, pero ella ya estaba sentada en el suelo.
—Traje algunos periódicos que nos pueden servir y también busqué información...
Continuó, enseñándome recortes y frases útiles. Así pasamos una hora. Trabajamos. Había una concentración silenciosa en el aire que era extraña y cómoda a la vez. Terminamos con éxito.
Y de repente, el hielo se rompió. Empecé a contarle cosas de mi vida, las pocas que recordaba con claridad después del accidente.
—¿En serio, un pollito te cayó atrás y tú saliste corriendo como un bebé? —Me preguntó entre risas y asombro, después de contarle mi aventura más vergonzosa.
Asentí, y ella empezó a carcajearse. Me quejé, pero terminé riéndome con ella. Era la risa de la chica que había visto en mis flashbacks borrosos.
—Vaya, ya es muy tarde —dijo de pronto, mirando la hora—. Bueno, Mateo, me tengo que ir. Mañana entregamos el proyecto.
Asentí. Con un asentimiento, se dirigió a la puerta. Antes de abrirla, se detuvo, volteándose hacia mí.
—Em... —Vi cómo se retorcía los dedos, y un leve sonrojo cubrió su rostro. La coraza se había resquebrajado—. Siento mucho lo que ha pasado, de verdad. Y muchas gracias por todo lo que has hecho por mí hasta ahora.
Me sorprendí, pero sonreí levemente. —Está bien, no te preocupes. ¿Amigos?
Me devolvió la sonrisa y asintió. Finalmente, se retiró.
Y yo finalicé esa noche con un proyecto terminado, una amiga nueva y una sonrisa. Pero había un detalle que no pasó desapercibido: al estirar su mano, la manga de su camisa larga se había subido ligeramente. Por un breve instante, vi algo... una tenue línea blanca en su antebrazo.







