Rosario estaba frustrada. La comida no le alcanzaba y no conseguía trabajo.
En una noche, donde la temperatura parecía bajar más rápido de lo normal, se encontraba débil, sin fuerzas y por sobre todas las cosas, vulnerable. Decidió irse de esas cuatro chapas que la encerraban. Comenzó a caminar y era consciente a donde ir. Recorrió varias cuadras, a la velocidad que pudo. Se puso en el frente de una casa de material, con dos ventanas al frente y tocó las palmas, alguien salió. — Carmen, ¿tene algo de comer?— Le dijo desde la puerta de la casa, alrededor de las 9 de la noche. — Nena, ¿Qué haces acá?— Se asomó, tapándose su cuerpo con un saco enorme y viejo. — Tengo mucho hambre.— Respondió sin energía, agarrando