3 Encuentro inesperado

Hubo un largo e incómodo silencio durante el trayecto hasta el centro comercial, Abby todavía estaba asustada, pudieron haber tenido un accidente muy grave si no hubiera frenado a tiempo.

Helena, por su parte, estaba abstraída en sus pensamientos, hacía mucho que no veía lobos, y no era usual que ellos cruzaran la carretera a plena luz del día, se suponía que eran animales más bien nocturnos, aunque no del todo, ¿Pero arriesgarse a salir así con el tráfico vehicular? Tal vez algo amenazaba su hábitat.

—Llegamos… creo que mejor vamos por algo dulce para que nos pase el susto, y después de compras… ¿Qué dices?

Propuso la rubia un poco más calmada.

Helena asintió, era mejor avanzar, lo había aprendido bien, toda su vida se había basado en eso, avanzar al siguiente nivel, no quedarse atrás ni enfrascarse en los pensamientos autodestructivos, por difícil que fuera.

—Vamos, quiero una montaña de helado, y hoy no te puedes negar, ¡Estoy de cumpleaños! — Dijo ofreciéndole una amplia sonrisa.

—Eres una manipuladora, te aprovechas de tu cumpleaños solo cuando te conviene, pues vas a ver que soy capaz de atragantarme de azúcar tanto como tú.

Ambas rieron a carcajadas, el chiste se debía a que Abby estaba obsesionada con mantener la figura esbelta, y siempre estaba haciendo cálculos de la cantidad de calorías que consumía, mientras que Helena comía lo que le daba la gana, y parecía que su metabolismo era marciano, no aumentaba a su peso un solo gramo.

Dejaron el auto aparcado y caminaron hacia el interior del centro comercial, Helena sintió que alguien la observaba, se detuvo mientras Abby miraba un par de zapatos en una vidriera y se dio la vuelta para ver de quien se trataba. No vio a nadie.

Continuaron hasta la heladería, y luego comieron algunas golosinas como si fueran de nuevo aquellas dos mocosas adolescentes que se reunían en las tardes a jugar, a merendar y a hacer la tarea. Esos años no estaban tan lejos aún, y habían sido claves para la recuperación de Helena.

—Oye, ¿Supiste de ese hombre rico que está aquí? Tal vez podríamos dejar nuestras hojas de vida para aplicar a un empleo con él… he escuchado que están reclutando personal…

Le comentó Abby a su amiga mientras se medía un vestido.

—Ah, está muy caro — Refunfuñó mirando la etiqueta — ¿Ves a lo que me refiero? Necesito más liquidez.

—No, ¿De quién me estás hablando?

—De esa empresa de la que nos hablaron en clase el otro día, el tipo que está completamente loco y quiere invertir en este agujero una enorme cantidad de dinero.

—Ah… ese…

—Si ese… — Dijo forcejeando por sacarse el vestido sin dañarlo — Lo vi en las redes… es un tipo muy guapo… está como para comérselo.

—Tú y tus cosas — comentó con una risita juguetona mientras la ayudaba a bajar la cremallera.

—Es en serio, es todo un bombón, alguien dijo que lo invitarían a dar una charla en la universidad, espero que lo hagan, sería una buena oportunidad para presentarnos… solo por motivos profesionales, claro…

Vasilios Lincoln, el accionista mayoritario de la compañía de importación y transporte Lincoln Company, estaba en la ciudad, algunos medios habían reseñado la presencia del importante empresario haciendo énfasis en su interés por invertir en Vancouver, cosa que traería grandes beneficios y empleos para muchas personas.

La noticia se había extendido como pólvora, y las chicas habían oído hablar de él en la universidad, en la escuela de Comercio y Negocios Internacionales, en la Carleton University, en donde ambas estudiaban, Helena como parte de un programa de becas y Abby con el dinero de su padrastro.

—Creo que podría ser buena idea… al fin y al cabo, acumularía currículo…

— ¡Y dinero! Mamá me dijo que no va a pedirle más dinero del necesario a Rob… que él pagará todos mis gastos universitarios, ¡Pero que los lujos debo pagarlos yo! Como si no tuviera suficiente dinero, el cretino…

—Vemos Abby, no puedes quejarte, te da todo, y eres la mejor vestida del grupo.

La rubia sonrió.

— ¡Por eso es que te amo pecas! Ven, vamos por mis rollos, a eso vinimos.

El hombre alto y de traje estaba observándolas desde una distancia segura, sonrió al escuchar los comentarios de Abby, su oído podía captar desde lejos los sonidos y discriminar entre los que le interesaban y los que no.

Supo hacia donde se dirigían y comenzó a moverse. Sabía que estando en medio de tantas personas sería una buena oportunidad para acercarse a Helena sin peligro. Entró primero en la tienda y se dispuso a curiosear entre los anaqueles dando tiempo para que ellas entraran.

Abby parloteaba de más con el tema de buscar un empleo en la nueva compañía y Helena solo miraba la hora en su reloj, no quería tener que enfrentarse a sorpresitas ese día.

En cuanto se abrió la puerta y la ráfaga de aire proveniente de afuera entró, golpeó a Vasil con toda su fuerza, trayendo el aroma dulzón y embriagante de la sangre de Helena, y con el aroma, los recuerdos.

— ¡Mala idea! — Se dijo para sus adentros — Todavía no puedo, aún no estoy preparado para esto.

Esperó a que las chicas estuvieran fuera de la línea de la entrada para poder salir, pero no se movieron, al parecer encontraron lo que estaban buscando justo en el mostrador de la caja, así que si quería salir de ahí debía pasar por su lado.

Sopesó las opciones… quedarse otro rato y soportar el aroma de Helena que lo estaba volviendo loco, o pasar por su lado y rogar, tener el suficiente autocontrol como para no saltarle encima.

No quería correr riesgos, no había esperado tanto tiempo como para echarlo a perder tan estúpidamente.

Las risas de las chicas llegaban hasta él, como música para sus oídos, estaba acostumbrado a ese sonido casi musical, escucharla, ser feliz era, en parte, uno de sus propósitos.

— ¿Cuánto cuesta esto?

—Tres dólares señorita.

Abby negociaba con la dependienta lo que iba a comprar, mientras Helena se apartaba de ella y caminaba por entre los anaqueles mirando las cosas con absoluta inocencia de lo que sucedía.

La mirada ambarina y dorada se cernía sobre ella con tal intensidad que fue imposible no sentirla. Alguien la estaba mirando, y lo hacía con insistencia. Sintió la carne ponérsele como de gallina y un magnetismo sobrenatural atrayéndola hacia el fondo de la tienda.

Helena siguió sus instintos y caminó lentamente hacia la parte de atrás entre los estantes llenos de mercancías.

Pero como siempre, no encontró a nadie. Suspiró y se dio la vuelta para regresar, al girarse no vio al hombre justo detrás de ella y chocó contra su pecho, era mucho más alto que ella, de hombros anchos y pecho firme, duro como una roca.

— ¡Perdón!

Dijo al estrellarse contra los pectorales del desconocido, posando ambas manos sobre su pecho, en un intento por crear una barrera entre los dos de manera instintiva.

—No lo vi…

—No te preocupes, no pasa nada…

Esa voz… esa voz le era familiar, ¿pero por qué? Estaba segura de que nunca en la vida la había escuchado, pero también que era tan cercana a ella como si fuera parte de algo muy íntimo de su ser.

Las palmas de más manos de Helena le cosquilleaban como si el hombre expidiera pequeñas descargas eléctricas, levantó la vista para mirarle el rostro y ahí estaban, esos ojos, de nuevo. Esos inconfundibles ojos ámbar con destellos dorados.

Por un momento la chica se quedó petrificada sin poder hacer o decir nada, se le olvidó como respirar, y echándose para atrás quiso apartarse, pero lo único que consiguió fue tropezar estando a punto de irse al suelo.

Vasil la sujetó poniendo una mano sobre su espalda para evitar que cayera y en el proceso acercó su rostro al de Helena peligrosamente, aspirando el dulce aroma de su piel y activando todos sus instintos caninos.

Sintió como sus vísceras se retorcieron de deseo y temperatura de su cuerpo comenzaba a elevarse. El cruce de miradas fue intenso, tanto él como ella se perdieron uno en la mirada del otro.

— ¿Quién eres? — La voz de Helena salió como un hilo apenas audible para cualquier humano, pero suficientemente fuerte para un Lycan.

Vasil tragó saliva una y otra vez y tuvo que morderse el labio interior antes de contestar.

—Vasilios Lincoln, señorita… — Respondió con excesiva cortesía, a Helena le pareció incluso que se había inclinado un poco como en una reverencia.

—Helena, Helena Anastasiou…

Dijo la pelirroja mientras él se apartaba lo suficiente para darle su propio espacio, no quería asustarla. Helena no pudo evitar admirar ese perfecto rostro angulado de facciones tan viriles y delicadas al mismo tiempo. De cabello oscuro, ojos penetrantes y complexión de atleta olímpico, ese hombre era todo perfección.

— ¡Helena! ¡Helena!

—Creo que alguien te llama.

—Si… es… es mi amiga…

—Creo que deberías ir con ella… fue un gusto.

Dijo apartándose de Helena con gran dificultad para mantener controlados sus instintos y obligándose a sí mismo a poner pies en polvorosa.

—El gusto es mío…

Vasil continuó caminando hacia la puerta, pasando, por un lado, de Abby sin querer mirarla, le habría gustado agradecerle el detalle de estar junto a Helena todos esos años y brindarle su amistad, pero no podía. Era más fácil, así… y también menos peligroso.

La rubia se lo comió con la mirada hasta que él desapareció por la puerta.

— ¿Viste a ese hombre? Creo que es…

— Vasilios Lincoln, sí, es él…

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