Destinada para el Alfa. Los Originales
Destinada para el Alfa. Los Originales
Por: Alexa Writer
1 Terror nocturno

Hace siete años:

— ¿Bob? ¿Bob? — La voz fina e infantil de Helena se escuchó insistentemente por toda la casa mientras llamaba a su cachorro — ¡Bob!

—Debe estar afuera, no te preocupes — Contestó Abby distraída con unas fotos familiares.

—Debo buscarlo, afuera está helando, ya es tarde… — Helena estaba realmente preocupada, hacía rato que lo llamaba y el animal no respondía.

Abby puso los ojos en blanco, no quería salir del calor de la casa para ir a buscar al pulgoso. Seguía sentada bajo el adorno de globos que pendía del techo mientras terminaba con las migajas del pastel de cumpleaños de Helena.

No podía entender por qué los intereses de Helena iban directo hacia cualquier cosa con patas que se moviera.

—Está bien — Dijo de mala gana, mientras se abrigaba para salir en busca del estúpido perro.

Ambas niñas, de doce y trece años, llamaron y buscaron al cachorro por todo el terreno sin éxito alguno, pero Helena era insistente, cuando se le metía algo en la cabeza no había quien se lo sacara.

Helena dirigió la mirada hacia el fondo del patio, al lugar en donde terminaba el claro y comenzaba la espesura de los árboles, su amiga supo de inmediato cuáles eran sus intenciones.

—Es una broma, ¿Verdad?

Helena hizo caso omiso a la actitud de su amiga y se encaminó hacia el bosque con paso firme, iría por su mascota.

—Helena, ¿Qué haces?

— ¿Qué parece que hago? ¡Voy por mi perro!

—Es tarde, pronto oscurecerá, deja que tu papá lo busque cuando llegue — Protestó la chiquilla cruzándose de brazos.

—Entra en la casa, yo iré por él, seguramente no está lejos.

Contestó la otra sin siquiera mirarla, ya iba en el límite en dónde comenzaban los abetos a cubrir totalmente el terreno.

Abby se sintió culpable, exhaló con fuerza y echó a andar tras Helena, prácticamente obligada a hacerlo.

— ¡Bob! ¡Bob!

Las voces de ambas resonaban en la espesura, solo acompañadas de vez en cuando por el crepitar de las últimas hojas otoñales caídas en el suelo.

El invierno avanzaba inminente y cortante como una navaja helando todo a su paso, mientras los primeros copos de nieve se dejaban caer sobre el bosque. Con forme lo llamaban, la inquietud crecía en el corazón de Helena.

— ¡Va a morir congelado! — Razonó Helena con angustia en su voz y los ojos llenos de lágrimas — ¡No sé qué más hacer, no puedo dejarlo morir así!

— ¡Mira! Ya está nevando.

A Helena se le hizo un nudo en la garganta, pensando en las mil maneras de morir durante el invierno en aquel bosque para un pequeño e indefenso cachorro.

La oscuridad comenzaba a llenarlo todo, Helena avanzaba delante de su amiga tratando de cubrir terreno cuando de pronto Abby escuchó un grito desgarrador y luego un golpe sordo.

— ¿Helena? ¡Helena!

Helena no contestó, en su lugar el canto de un búho le erizó los vellos del cuello.

— ¡Helena!

Un dolor desgarrador la sacó de su trance, Helena intentó abrir los ojos pesadamente, pero el dolor y el frío eran más fuertes que cualquier cosa que ella hubiera experimentado antes.

Escuchó un jadeo y su corazón se alegró.

— ¡Bob! — Pensó.

El sonido siguió a otro parecido, un jadeo tras otro, y otro más… no era uno, eran varios, de pronto algo tiró de sus ropas con tanta fuerza que su corazón se detuvo del susto.

Escuchó sus vaqueros desgarrarse y con ellos el ardor lacerante de su propia piel en carne viva. Unas patas con garras escarbando a su lado y mordiscos entre ellos.

Ahogó un grito a mitad de su garganta mientras seguía escuchando como una manada de lobos olisqueaba todo su cuerpo, los escuchaba gruñir, oler, desgarrar…

Se obligó a abrir los ojos y la luz de la luna llena iluminaba lo suficiente como para poder ver las siluetas que la rodeaban.

Helena se sintió sola, más sola que nunca, abandonada y triste, sabía que era inevitable, era una chiquilla, sí, pero podía comprender su futuro inmediato y la negra suerte que se avecinaba sobre ella.

El aullido de los lobos la hizo temblar de pánico.

Unos ojos tan fríos como el hielo, de una azul profundo, avanzaron sobre ella.

La bestia se acercó demasiado, tanto que el corazón de Helena se aceleró como un caballo desbocado, queriendo salírsele del pecho, quiso gritar, pero ni siquiera tenía fuerzas para hacerlo, cerró los ojos con fuerza.

Pero el dolor la hizo gritar tan fuerte que le retumbaron sus propios oídos, al sentir las dentelladas hundirse en su tierna carne y volver a encontrarse con esos helados ojos. Le había desgarrado un muslo.

Casi al instante, tras ella, escuchó un rugido ensordecedor y creyó que algo tiraba de ella con fuerza, se giró para ver y unos ojos ambarinos con destellos dorados la miraron y sintió como la arrastraban sobre la nieve antes de perder el conocimiento de nuevo.

Cuando Helena volvió en sí, lo primero que vio frente a ella fueron esos ojos, enormes e insondables y se sobrecogió de terror, la enorme bestia de pelaje espeso y plateado estaba a cuatro patas sobre ella, con el hocico a escasos centímetros de su rostro.

Helena ahogó un grito, el animal se inclinó sobre ella y le lamió el rostro, la mejilla, justo sobre un arañazo.

Ella se quedó quieta, él, podía sentir cómo el cuerpo de la pequeña se tensaba en cada fibra haciendo esfuerzos por alejar el miedo, pero él no iba a lastimarla.

Ella esperó… esperó a que el horror prosiguiera luego de que el lobo hubiera probado su sangre, pero él solo seguía mirándola de esa forma tan… humana…

Era la forma en que aquella bestia la miraba lo que comenzó a alejar el temor poco a poco, como si entendiera que ella había corrido peligro.

El cuerpo le dolía como el demonio, el lobo siguió lamiendo sus heridas, las de las manos, el cuello y finalmente el horrible tajo que tenía en la pierna dándole una pequeña sensación de bienestar y calor en medio del miedo.

— ¡Ah! — Se quejó al sentir una punzada al intentar moverse — duele mucho…

Le dijo al ver que llamaba la atención del animal en cuanto se quejaba

—Eres muy bonito…

Le dijo con suavidad admirando su pelaje en el que brillaban los diminutos copos de nieve.

—Gracias…

El lobo inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, mirándola con ternura.

—Habría muerto de no ser por ti…

El lobo volvió a acercar el hocico lentamente y se detuvo cuando tuvo sus ojos al mismo nivel de los de Helena, la chiquilla levantó una mano para llevarla hasta la cabeza del animal.

Al principio con duda, el lobo pareció entender su intensión e inclinó ligeramente la cabeza para que ella pudiera acariciarle entre las orejas.

El pelaje denso y grueso al principio abrió paso a uno lanudo y suave, debajo mucho más cálido, era agradable al tacto, a él parecía gustarle que lo tocara, hizo un sonido bajo y gutural como un gruñido, pero inofensivo.

Era tan inteligente como feroz, parecía incluso como si la razón estuviera por encima de su aparente barbarie, era estúpido pensarlo claro, ya que solo era un lobo, hasta Helena con sus escasos trece años sabía que las hadas y Santa Claus no existían, pero algo en él era mucho más humano de lo que algunas personas pueden llegar a ser.

De pronto el lobo levantó las orejas y se irguió buscando con la vista y agudizando el oído.

— ¿Bob? — Helena apenas musitó al ver al pequeño cachorro aparecer de la nada ladrando con fiereza a la enorme mole que estaba sobre ella.

Al lobo no le importó el perro, pero dentro de la casa, Susan, la madre de Helena, abrió la puerta que daba hacia al patio y se encontró con la terrorífica visión de un gigantesco lobo parado sobre su hija.

— ¡Auxilio! ¡Auxilio! — Gritó desesperada — alguien ayúdeme, ¡Un lobo! ¡Un lobo ataca a mi hija!

Mientras Susan gritaba con consternación, en el fondo del patio aparecieron dos lobos, unos ojos brillantes asomaron de entre la espesura y avanzaron de forma sigilosa hacia ella y hacia su lobo.

Pudo reconocer a la loba roja, el lobo plateado les había arrebatado a su presa y ahora venían por ella, eran dos, y Helena solo estaba acompañada de uno solo, Helena tragó saliva.

El lobo plateado se tensó de inmediato y un gruñido bajo y amenazador comenzó a crecer en su pecho, subiendo de intensidad a medida que se giraba amenazante hacia los otros dos.

— ¡Auxilio! ¡Auxilio! — Seguía gritando Susan.

Helena pensó que con tanto ruido las bestias se asustarían y correrían de regreso al bosque, pero no fue así, continuaron acercándose, acechando al lobo plateado con los ojos inyectados en sangre.

El negro se apartó de su compañera y buscó otro flanco por el cual atacar, mientras la hembra continuaba moviendo una pata delante de la otra sin intención de detenerse.

El trío aterrador de las tres bestias en medio del patio, sobre la nieve y a escasos metros del cuerpo maltrecho y manchado de sangre de su hija, hizo que Susan se desplomara contra el suelo.

El lobo plateado dio un respingo y el negro aprovechó para atacar y lanzarse de lado contra él, pero pareció como si se hubiera ido de frente contra un muro de concreto, no logró moverlo un solo centímetro, rebotando y regresando al lado de su compañera con el rabo entre las patas y el hocico lastimado.

La loba roja gruñó con fiereza al ver como su macho alfa no había podido hacer nada contra aquel lobo que los aventajaba por mucho en tamaño y fuerza.

Se le quedó mirando, estudiando su punto débil, y de pronto lo había encontrado, echando a correr hacia Helena, era claro que la pequeña era su debilidad.

Pero el lobo plata la interceptó a mitad de camino, golpeándola con tal fuerza que la lanzó varios metros más allá contra la nieve. Ella apenas pudo levantarse y huir cojeando junto a su compañero.

Dentro de la casa, un grupo de personas que habían venido para ayudar a buscar a la chica se agolpó en la puerta al escuchar la refriega, y dos hombres con escopetas salieron a empujones con toda la intensión de descargar sus armas sobre lo que hubiera en el patio.

— ¡No!

Helena quería gritarles que no lo lastimaran, que él era el responsable de que continuara con vida, que era su salvador, pero no hubo forma, su voz salió parecida a un murmullo, un hilillo apenas audible para el agudo sentido del lobo, pero para nadie más.

El animal corrió al escuchar el primer disparo, movido por el instinto de conservación y seguido de los hombres hasta adentrarse en la espesura del bosque, desde donde varias detonaciones estremecieron a Helena una detrás de la otra, dejando a la chica con el corazón en un puño.

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