El aire de la pradera del norte era seco y dulce. Mientras caminaba por el campus de la universidad, sentí como si hubiera renacido.
Durante el día, iba a las clases, esforzándome por adquirir conocimientos que había olvidado en mi vida pasada. Por la noche, trabajaba a tiempo parcial en el campo de entrenamiento entrenando a las crías de lobo. También recogía los materiales didácticos, hasta que me dolía la espalda y las piernas. Pero ese cansancio me hacía sentir tranquila.
Un mes después, me adapté a esa vida ajetreada pero plena. Poco a poco fui olvidando a Hugo y los recuerdos de mi vida pasada se fueron desvaneciendo con el tiempo.
Sin embargo, no esperaba que él viniera para buscarme. Estaba debajo de mi edificio de residencia. En cuanto me vio, me preguntó enfadado: —Alba, ¿por qué pusiste el nombre de Sara en el certificado de pareja? ¿Y por qué no fuiste al territorio del sur?
Lo miré en silencio y dije, sin que se alterara la quietud de mi corazón: —¿No era tu deseo que Sara