Justo cuando pensaba que iba a morir allí, oí el sonido de una intensa batalla.
Los lobos que me atacaban se dispersaron y alguien me preguntó con preocupación:
—Señora, ¿está bien? ¿Puede levantarse?
La patrulla llegó justo a tiempo, me rescató y me llevó al hospital. Estaba tumbada en la camilla, con dolor en todo el cuerpo; pero, por suerte, no tenía lesiones graves. El médico dijo que con unos días de reposo me recuperaría. Fueron los policías quienes se encargaron de someterme a una serie de exámenes médicos.
Cuando oscureció, Hugo entró en la sala, muy cansado, y vio que yo estaba despierta. Se sintió algo perturbado.
—Alba, ¿cómo te sientes? ¿Estás mejor?
Lo miré sin expresión y no dije nada, mientras que él se frotaba las manos; como un niño que había hecho algo malo. Luego añadió: —Sara estaba asustada y me pidió que la acompañara, ya sabes, es muy débil.
Al ver que no reaccioné, se puso un poco nervioso y me explicó con ansiedad: —Cuando nos atacó la manada de lobos, la sit