Hugo contrató a un fotógrafo profesional. Dejamos la tribu y nos dirigimos al lugar más pintoresco, cerca del bosque para tomar fotos.
Sara, con su vestido de novia, se tomó numerosas fotos con Hugo. El fotógrafo no dejaba de elogiar su química y dijo que las fotos quedaban preciosas.
—¡Hacía siglos que no veía una pareja tan perfecta! —exclamó el fotógrafo.
En este momento, él reaccionó. Me jaló, vestida con ropa casual, a su lado y me presentó al fotógrafo.
—Disculpa, ella es mi pareja. Por favor, tómanos algunas fotos juntos.
Oyendo lo que dijo, el fotógrafo se quedó paralizado. Estaba demasiado avergonzado para mirarme. Luego levantó la cámara, pero se sonrojó y la volvió a bajar. Balbuceó para disculparse.
—Lo siento, la tarjeta de memoria está llena.
Esa fue probablemente la experiencia más vergonzosa de toda su carrera. Pero, lo consolé. —No pasa nada. No importa si tomo las fotos o no.
Hugo, con una expresión sombría, no dijo nada, pero de regreso me entregó un billete de tren y me dijo: —Esto es para ir al territorio del sur. No quiero abandonarte. Solo quiero que nos instalemos antes de recogerte allá.
Era un billete de tren para dentro de cuatro días; pero, ni siquiera me compró un asiento, a pesar de que el viaje desde la Tribu Alba al territorio del sur duraba tres días y dos noches. Además, cada guerrero de la tropa solo podía tener un acompañante. Así que, aunque fuera allá, no tendría dónde quedarme. Sin embargo, no le hice ninguna pregunta y acepté el billete.
Al verme aceptarlo, Hugo me consoló con una mirada tierna.
—No te preocupes. Aunque no vivas conmigo, eres diferente a Sara. Ella es como mi hermana y tú eres mi única pareja. Te trataré bien de ahora en adelante.
Por un instante bajé la guardia, saboreando, con melancolía, lo extraño que resultaba escucharlo hablar así. En mi vida pasada, nunca me había dicho palabras tan tiernas. Cuando estaba a punto de hablar, la cara de Hugo cambió y miró con cautela hacia el bosque. En ese momento, una gran manada de lobos salvajes se abalanzó sobre nosotros. Ellos mostraron sus colmillos afilados, mientras sus poderosas garras dejaron profundos surcos en la tierra con cada paso.
—¡Ay! ¡El líder es el Rey Lobo! ¡Corran! —El fotógrafo gritó aterrorizado y corrió hacia la tribu con su cámara. Me sobresalté. En mi vida pasada, esos feroces lobos habían aparecido ante nosotros. Luego fueron los guerreros de unas tribus cercanas quienes se unieron para ahuyentarlos a las profundidades del bosque. Me preguntaba por qué habían aparecido tan temprano.
En mi distracción, un dolor agudo en el pie me sacó de mis pensamientos. Sara, incluso en plena huida, me hizo una zancadilla. Acto seguido, ella gritó pidiendo ayuda a Hugo. Caí al suelo con fuerza. Los lobos me habían alcanzado. Incluso pude oír sus profundos gruñidos. Le extendí la mano a Hugo con miedo, pero en un abrir y cerrar de ojos, él tomó a Sara en sus brazos y, con unos cuantos movimientos, atravesó como un relámpago el cerco de lobos. Me dio un vuelco el corazón. Cuando estaba a punto de pedir ayuda, un dolor agudo me recorrió la espalda. Varios lobos me rodearon, mordiéndome y desgarrándome. Sus garras me dejaban profundos arañazos en el cuerpo. El dolor me nubló la vista mientras gritaba el nombre de Hugo con voz desgarrada.
Mi mirada atravesó la manada y se posó en él a lo lejos. Sostenía a Sara, de pie, en un lugar seguro, lejos de los lobos, ignorando mi situación. Ella estaba aterrorizada, pálida y se acurrucaba en los brazos de Hugo. Él bajó la cabeza para consolarla, con los ojos llenos de preocupación. Le prestó toda su atención, sin darse cuenta de mi situación.
En ese momento, entendí cómo me trataría. Pensándolo, sonreí con amargura y dejé que los lobos me arrastraran al bosque sin resistirme.