—Apresúrate a llenar este formulario de registro de pareja y entrégalo. —Hugo, golpeando la mesa, me apresuró con impaciencia.
Me quedé mirando el formulario. Esta escena familiar me dejó en trance. En mi vida pasada, escribí mi nombre en el formulario de solicitud y luego discutí los detalles de la ceremonia de marcación con Hugo.
Sin embargo, él me regañó severamente.
—Después de recibir el certificado, nos volvemos una pareja legal; lo de la ceremonia es pura farsa. En cuanto a la marcación, podré hacerla en cualquier momento; no hace falta que lo haga en la ceremonia.
En ese momento, él tuvo prisa por ir a cazar para conseguir una piel de un zorro para Sara, porque ella le había dicho que sentía frío al salir en invierno.
Hugo miraba el celular con frecuencia; parecía un poco impaciente.
Mis dedos rozaron suavemente el papel. Reprimiendo la amargura de mi corazón, le dije: —Si tienes algo que hacer, te dejo con lo tuyo. Yo lo voy a llenar.
Al escuchar eso, Hugo se sintió vagamente aliviado y me respondió con una extraña dulzura: —No te preocupes, a partir de ahora, eres mi pareja y seré responsable de ti.
Después de decir eso, arrugó la frente ligeramente y añadió: —Deja de atacar a Sara y de manchar su reputación, las dos tienen que llevarse bien, ¿entendiste?
Oyendo sus palabras, me quedé en silencio, debido a que le había explicado, muchas veces en mi vida anterior, que no había manchado su reputación y tampoco la había humillado, pero nadie me creyó. En su opinión, yo era una mujer celosa y malvada que no podía tolerar a su hermana débil y bondadosa.
Una vez que terminó de hablar, él se dio la vuelta y se fue antes de que yo respondiera. Respiré hondo, luchando por ahogar el nudo de injusticia acumulado durante dos vidas, y pensé en todo lo que había sucedido en mi vida anterior.
La noche que Hugo terminó de marcarme, no regresó a casa con el pretexto de cuidar de mi hermana herida; cuando se fue al sur con sus tropas en campaña, llevó a Sara, diciendo que ella no había visto el paisaje de las otras tribus. Incluso, cuando nació nuestro hijo, no regresó para verlo porque estaba ocupado consolando a Sara, que había perdido a su pareja.
Dediqué toda mi vida a mi familia. Antes de que yo muriera, mi hijo seguía persuadiéndome de dejar a Hugo.
—Mamá, deja a papá. Él ama a mi tía. Incluso se sacrificó y aguantó media vida a tu lado, es demasiado patético. Es mejor que lo dejes.
Me tumbé débilmente en la cama del hospital, mirando a mi pareja indiferente. Él no dijo nada y permaneció en silencio junto a su hijo, dándole la razón.
No pude contenerme y lloré al pensar en los sufrimientos de mi vida anterior, con mi corazón encogiéndose. Como se amaban, en esta vida estaba dispuesta a cumplir su deseo, pues yo quería vivir para mí.
Cogí un bolígrafo y escribí el nombre de Sara en la columna de pareja. “Hugo, ya que la quieres tanto, cumpliré tu deseo”, pensé.
Entregué el formulario al personal del ayuntamiento y no tardé mucho en recibir el certificado de pareja. En lugar de estar triste, sentí un alivio indescriptible.
Nuestros padres murieron en una guerra territorial y la familia de Hugo nos adoptó. En su casa, yo trabajaba en silencio sin competir con nadie, mientras que Sara sabía cómo complacer a los demás. Era buena diciendo palabras dulces. Aunque no hiciera nada, podía engatusar a los García, por eso la madre de Hugo la había reconocido por nuera hacía mucho tiempo. Sin embargo, ella lo despreció. Él, en ese entonces, era un guerrero ordinario, por lo que Sara dejó que se casara conmigo, con la excusa de que no quería competir conmigo.
Ella quería encontrar una pareja mejor, pero no podía renunciar al cariño que recibía de los García. Con razón, todos la alababan por ser una buena hermana que sacrificaba su felicidad por mí.
No obstante, en secreto, Sara me tendía varias trampas, una y otra vez, haciéndose daño deliberadamente para que los demás pensaran que yo estaba celosa; mientras que yo, debido a nuestra hermandad, la toleraba, pues pensaba que, con solo darles mi corazón, verían mi valor. Pero en mi vida pasada, hasta el momento de mi muerte, no recibí lo que merecía.