León lucía demacrado:
—Ana, necesito hablar contigo.
Lo observé en silencio mientras él lamía sus labios secos, fingiendo compostura:
—Siempre quiero decirte que tú eres mi verdadera Luna. Te amo.
—Lisa es temperamental y gastadora, yo solo...
Una risa fría escapó de mis labios:
—Mientras 'me esperabas', la dejaste embarazada.
Intentó interrumpir:
—Puedo explicar...
—Os deseo una larga vida juntos.
Su rostro se demudó. Susurró:
—Últimamente sueño que tú eres mi Luna, cuidando a mis padres.
—Pero en ese sueño, al envejecer, te obligamos a romper el vínculo.
Su voz se quebró:
—Lo siento.
—Guárdate tu corazón. Cuida bien a Lisa y déjame en paz.
Sus ojos se enturbiaron:
—Pero mi Luna deberías ser tú.
—Regresa a tu habitación. Este no es lugar para tus palabras.
Su figura se encorvó al marcharse.
En dos vidas, siempre vacilando entre dos mujeres: anhelando cuidados domésticos y romance poético a la vez.
Al amanecer, llamé a la puerta de su madre:
—Tía, gracias por todo. Debo r