Juan, sin preguntar ni una sola palabra, agarró la muñeca del abogado Vargas y se devolvió hacia mí.
—¿Tan desesperada estás? El abuelo me habla sobre el divorcio al mediodía y por la tarde ya tiene una cita con otro —Juan se acercó cauteloso a mi oído y susurró—. Te esforzaste tanto para casarte conmigo, ¿y ahora quieres divorciarte por otro hombre?
Al terminar de hablar, le di una cachetada. El abogado Vargas intentó explicar, pero Juan, furioso, lo derribó de un puñetazo. Los documentos del divorcio se dispersaron por el suelo.
—¡¿Te has vuelto loco?! ¡Es mi abogado! —intenté intervenir, pero Juan estaba tan enfurecido que no escuchaba ni una sola palabra. De repente, sentí un dolor agudo en el vientre.
Entre la confusión y el desconsuelo, vi a Juan correr hacia mí con el rostro pálido. —Rafaela, no tengas miedo, te llevaré al hospital ahora mismo. Ya voy, no tengas miedo, no tengas miedo.
Cuando volví a abrir los ojos, estaba en una cama de hospital. Al verme despertar, Juan se apr