Superficialmente me daba un mes para decidir, pero a mis espaldas ya les había contado a los mayores sobre mi embarazo. Frente a todos, con el rostro sombrío, llamé a Juan a un lado.
—¿Qué pretendes? ¿Por qué les contaste sobre mi embarazo? ¿Me estás presionando, Juan?
Pero Juan actuó como si no me hubiera escuchado, tomó una servilleta y me limpió con cuidado el rostro. —Estás sudando, ¿tienes calor?
Viendo que Juan no respondía, intenté pasar de largo, pero antes de salir me agarró con suavidad la muñeca. —Solo quiero estar bien contigo. Como dijiste aquella noche.
Mi corazón tembló y en ese momento mi respiración se aceleró. Si Juan hubiera dicho estas palabras un poco antes, solo un poco, tal vez habría continuado con él. Pero ahora estaba realmente cansada, ya no quería intentarlo más.
No respondí ni una sola palabra, solo me solté de manera descortés. Sin querer usé demasiada fuerza y la mano de Juan golpeó contra la esquina de la pared, comenzando a sangrar.
—¡Ay, Rafaela, rápid