Mateo llegó a casa ya pasada la medianoche. Camila seguía sentada en la entrada, tal como se lo había ordenado. Al verlo, se abalanzó sobre él con aire lastimero.

—Mateo, sé que estás enfadado. Me equivoqué. Solo te amo demasiado, por eso mentí. Dame otra oportunidad —sus ojos brillaban de lágrimas.

Daniel, que la seguía, inmediato salió en su defensa: —¡Sí, papá! La tía Camila lo hizo por ti. Además, esa bruja ya tiene otro hijo. ¿Por qué la defiendes?

Solo de recordar a esa niña llamando «mamá» a Lucía, a Daniel le hervía la sangre, lo que lo hacía apoyar más a Camila.

Camila, al oírlo mencionar a «la bruja», se puso alerta: —¿Fuiste a buscar a Lucía?

Su tono hizo que Mateo alzara la vista y la escrutara: —¿Te molesta? ¿A quién busco es asunto tuyo?

Camila se corrigió rápidamente, forzando una sonrisa: —No me molesta. Solo envidio a Lucía. Por tener un marido tan bueno como tú.

Mateo abrió la puerta. Daniel, como siempre, pateó sus zapatos haciendo un ruido estrepitoso.

—¿Tu madre no