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Me quedé pasmada ante ese giro inesperado, miré instintivamente a Leonardo.

Pero aquel que siempre había sido tan sereno, de pronto mostró una chispa de nerviosismo en la mirada. Fingiendo calma, respondió:

—¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Fui yo quien la salvó! ¡Ella y su abuela estaban internadas en el hospital de mi familia!

Álvaro lo miró de arriba abajo, como si de pronto todo encajara en su mente. Soltó una risa breve, seca.

—Aquella noche lluviosa, fui yo quien rescató a Camila y a su abuela —dijo—, pero no sabía adónde llevarlas.

—Justo el hospital más equipado en ese momento era el de tu familia, así que las llevé allí y te pedí que les asignaras una habitación.

—Jamás imaginé que te atrevieras a hacerte pasar por quien le salvó la vida con la voz cargada de incredulidad. Usaste esa deuda como anzuelo para que Camila se quedara a tu lado, aguantándolo todo sin una queja.

Mientras Álvaro iba revelando, una a una, las verdades enterradas de aquel entonces, el rostro de Leonardo
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