172.
No grité. Asustada, tomé los hombros de Nicolás y lo sacudí para que me hablara, pero parecía conmocionado. Abría y cerraba los ojos, y la luz de la luna era escasa como para yo poder analizarlo bien. Me puse de pie y volteé a mirar hacia atrás. Elisa seguía ahí, de pie, con las manos caídas a los costados del cuerpo como si se hubiese paralizado.
— Esto no terminará — dijo la mujer — . Te prometo, Evangeline, que esto no terminará. No importa lo que ya sabes de mí. Si esto llega a saberse... Te juro que voy a matarte. Y ya no me importa si podría hacerte pasar por mí. Voy a matarte porque sí, por el puro placer de hacerlo.
Nicolás comenzó a quedarse quieto. Lo tomé por los hombros y lo sacudí nuevamente. Entonces pude sentir en su torso un chaleco antibalas. Claro que sí. Estaba segura de que eso lo había salvado. Pero aún así podía percibir el olor a sangre que emanaba de él.
Yo volteé a mirar a Elisa. Pude notar que mi mirada seguramente se debió haber visto amenazante, ya que lev