Capítulo 22. La confesión: Alejandro.
Cuando me abrió la puerta, la vi. Estaba más delgada, con el rostro pálido y los ojos verdes aún velados por el dolor, pero seguía siendo la mujer que me había cautivado con su sensibilidad, con su fuerza, con la forma en que su alma se conectaba con las palabras. La blusa suelta, el cabello un poco desordenado... seguía siendo real, auténtica, tan diferente de todo lo que me rodeaba. Había un brillo de sorpresa y agotamiento en su mirada cuando me vio, y en ese instante, el alcohol que corría por mis venas me dio el valor para hacer lo que mi corazón me dictaba.
Leí el poema, mis propias palabras, para recordarle lo que sentía, lo imposible de nuestra situación, y a la vez, la profunda conexión que nos unía. Quería que supiera que no estaba sola, que mis palabras, mis sentimientos, eran tan reales como los suyos. Cuando la besé, sentí su inicial resistencia, pero luego su cuerpo se rindió, respondiendo al mío con una urgencia que me hizo temblar. El alivio fue inmenso. Era como si su