12. Castigo y encuentros peligrosos.

—¡Maldita perra! —me grita Sharon.

Admito que lo que acabo de escuchar me sorprende, pero no me intimido.

—¿Perra? ¿ahora soy yo la perra? tú te acuestas con todos estos hombres, por dinero —contesto.

—Sí, lo hago, pero es mi problema. Yo sólo quise ayudarte. Esto no es malo, Kimberly, es fantástico —me responde como si fuera lo más maravilloso del mundo, yo niego con la cabeza.

—No lo es, es denigrante y vergonzoso.

¿Cómo puede decirme eso? Ni siquiera me da una disculpa. Esto me pasa por ser crédula y estúpida.

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