Yvi
No me suelta.
Incluso cuando todo parece terminado.
Incluso cuando nuestros cuerpos no pueden moverse más, clavados por el esfuerzo, la éxtasis, el colapso.
Él sigue ahí, dentro de mí.
Enlazado. Enterrado. Agotado.
Sus brazos me retienen como cadenas invisibles, forjadas en el miedo.
Su mano se ha anudado a mi nuca, posesiva, temblorosa, como si temiera que desaparezca, que me disuelva en el alba.
Siento su corazón golpear contra el mío.
Sus latidos son desordenados.
Como él.
Como yo.
Como nosotros.
Y yo no me muevo.
No me atrevo.
Contengo la respiración, como si el más mínimo temblor pudiera romper esta burbuja.
Esta tregua frágil.
Como si este abrazo fuera el último, el único capaz de mantenerlo vivo.
La tormenta se ha alejado, pero el mundo no ha recuperado el silencio.
Porque nuestro silencio está cargado.
Ruge entre nuestros alientos.
Suda entre nuestras pieles pegadas.
Devora lo que aún tenemos que decir, y que callamos.
Respira