Aleksandr
Desciendo las escaleras como se desciende al infierno.
Ningún ruido. Ninguna palabra.
Solo el lento martillar de mis botas sobre la piedra.
Con cada paso, mi mundo se derrumba.
El frío ya no tiene poder sobre mí.
El dolor ya no atraviesa.
Solo queda la rabia.
Silenciosa. Absoluta.
Se difunde en mí con la paciencia de un veneno antiguo.
Se adhiere a cada latido de mi corazón.
Está dentro de mí, y no quiero que se vaya.
Han tomado todo.
No ese cuerpo que he despojado mil veces.
No esa mirada que he visto apagarse y renacer bajo mis dedos.
Ni siquiera su voz que susurraba mi nombre en la oscuridad.
No.
Han tomado lo que había construido.
Lo que había encerrado.
Lo que había esculpido, a golpes de silencios, juramentos, vigilias para vigilar lo imposible.
La han mirado, y ella se ha ofrecido.
No como una traición.
Peor.
Como una liberación.
Como si ya no fuera la respuesta.
Aleksandr
La puerta del salón privado golpea contra la pared