El atardecer comenzaba a apagar los colores del cielo cuando la señora Sinisterra subió lentamente las escaleras. Su andar era firme, pero su mente era un torbellino de emociones. Tenía que acercarse a Allison, mantenerla tranquila, mantenerla cerca... hasta que tuviera pruebas. Hasta que pudiera actuar.
Tocó suavemente la puerta de la habitación de su hija.
—¿Allison? ¿Puedo pasar?
Del otro lado, Allison dudó. Algo dentro de ella se tensó. Pero fingió serenidad.
—Claro, mamá.
La señora Sinisterra entró y cerró la puerta con cuidado. Miró alrededor de la habitación decorada con el gusto impecable de su hija. Era evidente que Allison estaba hecha para esa vida, para la elegancia, para el poder. Pero también era evidente —aunque ella quisiera negarlo— que en el fondo había oscuridad… y que esa oscuridad estaba creciendo.
Se sentó junto a ella en la orilla del sofá.
—Quería hablar contigo —dijo con una voz suave, casi maternal—. Miguel me hizo abrir los ojos esta tarde.
Allison la observ