La mañana era gris y húmeda, como si el cielo también llevara dentro un nudo imposible de tragar. Alanna se bajó del coche con paso firme, el abrigo entallado a su cuerpo, el rostro impecablemente maquillado y una mirada que cortaba el aire.
Llevaba días acumulando silencio, masticando respuestas que no había dado, conteniéndose de romper o gritar. Pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía víctima. Sentía el poder de su apellido, de su posición, de su propia fuerza. Estaba cansada de que la midieran con ojos ajenos. Cansada de las dobles caras.
Cruzó el vestíbulo de la empresa Salvatore sin saludar a nadie. Su presencia era suficiente. Las recepcionistas bajaron la vista, y hasta el ruido de las teclas parecía detenerse cuando pasó.
El ascensor subió lento. “Mantente serena. Mantente firme. No más debilidad delante de nadie.”
Cuando las puertas se abrieron en el piso ejecutivo, el inconfundible taconeo de Alexa se escuchó al fondo. Alanna avanzó con calma, pero con autor