Los abuelos, al ver a su nieto, estaban tan emocionados que sus ojos brillaban con lágrimas. No podían dejar de mirarlo ni encontraban palabras completas.
—Fausto, mira, ¡es idéntico a Lucas cuando era pequeño! ¡Ay, es tan parecido! —Elena había perdido su habitual compostura y serenidad; incluso su voz temblaba de emoción.
El imponente y solemne Fausto, igualmente conmovido, observó fijamente al niño en brazos de Lucas durante un buen rato antes de asentir: —Sí, se parece mucho, pero parece más despierto que Lucas cuando era pequeño.
Lucas protestó insatisfecho: —Eso es amor de abuelos, tienen demasiado filtro.
Elena no lo aceptó y se acercó con una sonrisa, hablando dulcemente: —Tesoro, soy la abuela. ¿Puedo cargarte un rato?
Cachetoncito, recién llegado conmigo al país, había conocido a muchas personas extrañas estos días y estaba algo confundido.
El pequeño me miró y murmuró bajito: —Mamá...
Elena siguió la mirada del niño hacia mí, como si apenas notara mi presencia. Su expresión