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Capitulo 19. Frialdad en los pasillos. Parte II

Capítulo 19. Frialdad en los pasillos. Parte II

Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, Melisa decidió salir un momento a despejarse. Caminó hacia la pequeña cafetería del edificio y pidió un café doble, intentando ahogar en cafeína la maraña de emociones que la estaban asfixiando.

Se sentó en una mesa apartada y dejó que la mente viajara libremente, por primera vez desde que bajaron del avión.

Recordó el momento en que Sebastián la había mirado en la playa, como si fuera un milagro prohibido, cuando estaban juntos tendidos en la cama aun sin tener contacto íntimo, como le susurro que sabía que era ella la mujer que estuvo con él en aquel hotel.

Recordó cómo había acariciado su mejilla antes de besarla, como si temiera que ella saliera huyendo de ahí.

Recordó cómo sus cuerpos se habían encontrado, una y otra vez, como si el universo entero hubiera conspirado para unirlos.

-- ¿Todo eso había sido un juego para él? – se pregunto en voz alta, intentando pensar si alguien podría fingir tan bien como él.

-- ¿fui un capricho temporal? ¿O acaso su orgullo había sido herido al verme con Francisco? – la confusión y las preguntas la carcomían. Pero la ira también. Aunque por debajo de todo eso, había algo peor, la tristeza.

Una tristeza profunda, desgarradora, de esas que no se curan con café ni con resignación.

Melisa bebió un sorbo amargo y miró por la ventana, donde el mundo seguía su curso indiferente ¿Dónde estás Sebastian? Se preguntó, había visto su auto cuando bajo al sótano de estacionamientos al llegar, ahí donde el personal le guardo su equipaje.

¿Pero entonces?, ¿Por qué no se había asomado en toda la tarde? Acaso… ¿Estaba huyendo de ella?

"No puedo seguir así", pensó.

No podía continuar trabajando bajo la sombra de su indiferencia, cargando con culpas que no entendía del todo, y que estaba segura no las tenía. Reprimiendo las emociones que latían con fuerza en su pecho, Melisa pensó que era el momento de enfrentarlo. Debía averiguar que estaba pasando y no por él, sino por ella misma.

Porque merecía respuestas, merecía respeto.

Dejó la tasa casi llena sobre la mesa y se puso de pie con decisión.

Era hora de poner las cartas sobre la mesa.

El regreso hacia su oficina le pareció eterno, no estaba segura si era porque se estaba arrepintiendo o porque su caminar se había vuelto más lento. Cuando ingresó más de uno la miraba, y no era porque supieran algo, era porque ella no se había dado cuenta de su cuidado especial, había dejado su disfraz de secretaria común y fea en la isla, y vestía un traje hermoso, uno que la hacía ver diferente, especial.

Subió por el ascensor hasta llegar al piso donde ambos trabajaban, caminó sin mirar a nadie, directo hasta la oficina de Sebastian, cada paso que daba resonaba en su mente como un tambor de guerra y el corazón… ese le latía con fuerza en el pecho, pero, aun así, no vaciló.

Daniel ya se había reincorporado al trabajo y estaba en su lugar, él la miró y movió la cabeza a modo de saludo y agradecimiento, Melisa fue la elegida para reemplazarlo y debió pensar que lo hizo muy bien.

-- El señor Novak se encuentra ahí? – le preguntó ella señalando la puerta que estaba a punto de tocar.

Daniel asintió, no le pareció extraño que ella estuviera ahí, habían regresado esa tarde y supuso que debía querer hablar sobre el informe que tenia que presentar, asi que la dejo sola frente a la puerta.

Sebastian desde su escritorio la podía ver, ahí de pie frente a su puerta… solo debía decir un adelante para que ella ingrese, o un simple afuera para que ella se retire derrotada.

Melisa golpeo suavemente la puerta.

Un seco "adelante" le dio permiso para entrar.

Sebastián estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos. Ni siquiera levantó la mirada cuando ella entró.

Eso solo aumentó la rabia contenida de Melisa.

Se aclaró la garganta.

-- Señor Novak – le dijo, formal, fría. -- ¿Podemos hablar un momento? –

Finalmente, él alzó la mirada. Su expresión era dura, impenetrable.

-- Estoy ocupado – le respondió sin rastro de emoción. Melisa apretó los puños a un lado de su cuerpo, sus uñas se estaban clavando en sus palmas, pero ese dolor no se comparaba con el que sentía en su corazón.

-- No le quitaré mucho tiempo señor – Sebastián soltó un suspiro exasperado y dejó los papeles a un lado.

-- ¿Qué sucede señorita Hart, acaso le he pedido el informe final? – Melisa abrió la boca y la volvió a cerrar.

-- ¿Qué sucede? – repitió. La pregunta la había golpeado como una cachetada.

-- Quisiera saber si he hecho algo para merecer este trato – le dijo, con la voz firme, aunque por dentro temblaba como una niña pequeña ante una pregunta de examen sin saber responder.

Sebastián la miró durante un largo rato, segundos o quizás minutos para ellos dos. Uno que se sintió eterno.

-- No sé de que esta hablando señorita Hart, yo he cambiado mi trato – le mintió en la cara. Melisa soltó una risa amarga.

-- ¿En serio? Porque en la isla no parecía pensar igual. O al menos no actuaba de esta manera y mucho menos me llamaba así – el hecho de mencionar la isla y la forma como la llamaba ahí pareció tensarlo aún más.

Sus dedos tamborilearon sobre el escritorio en un gesto nervioso.

-- Lo que pasó en la isla... -- comenzó, pero de pronto se detuvo.

Melisa alzó una ceja, esperando.

-- Fue un error – concluyó él finalmente, su voz se escuchó baja, casi ronca. Esa palabra otra vez, la misma que ella se repitió en todo su trayecto al trabajo, la misma palabra que acababa de cortar como un cuchillo el aire que existía entre ellos dos.

Melisa tragó saliva, luchando contra el ardor que le subía por la garganta.

-- Entiendo – le dijo, fría como el hielo. Sebastián la miró con una mezcla de frustración y algo más... ¿culpa? Se sentía culpable por romperle el corazón, pero ella lo había hecho antes.

Y cuando él quiso explicar lo que ocurrió ella no lo dejó, Melisa no iba a darle la oportunidad de humillarla, de decirle que lo que paso en la isla se quedaba en la isla, porque ella quien debía hacerlo. Por su orgullo, por su integridad.

-- No se preocupe, señor Novak – añadió, con una sonrisa que no les llegaba a los ojos.   -- Lo que ocurrió en la isla se queda en la isla, lo entiendo y le prometo no cometer más errores de ese tipo –

Hizo una pequeña reverencia casi irónica y dio media vuelta para salir de la oficina. Pero cuando su mano tocó el picaporte, escuchó su voz.

-- Melisa – ella se detuvo, el sonido de su nombre en sus labios la desarmó por completo, la hirió, la tentó. Pero no se giró hacia él, se quedó ahí donde estaba, al lado de la puerta.

No podía mirarlo, si lo hacía… sabía que se rompería.  

Así que simplemente abrió la puerta y salió, dejando a Sebastián solo con su culpa, su orgullo y el temblor invisible de todo lo que no se habían dicho.

De vuelta en su escritorio, Melisa se sentó con rigidez y encendió su computadora, dispuesta a sumergirse en el trabajo.

Sus dedos temblaban sobre el teclado.

Su corazón latía con fuerza, todavía palpitante por emociones no liberadas. Pero una cosa estaba clara:

Si Sebastián Novak quería fingir que no había pasado nada entre ellos, ella también podría hacerlo. Al menos, hasta que sus corazones dejaran de arder. Si es que alguna vez lo hacían.

-- No te voy a esperar señor Novak – susurró al mirar el reloj, se había pasado la hora de retirarse, ninguna de las dos chicas que la acompañaban siempre estaban ahí. Levantó la mirada y desde su lugar podía ver el reflejo de la luz que salía por debajo de la puerta al final del pasillo, pero sin importarle nada, tomó su bolso y se fue.

Melisa bajo hasta el sótano por su equipaje, el auto de Sebastian seguía ahí, no le importaba… esta vez no esperó un taxi de aplicativo, no quería pasar un minuto más allí, tampoco subiría a la recepción por el ascensor, ella caminó por la rampa y salió de la empresa por el estacionamiento, cogió el primer taxi qua pasaba por ahí y le dio la dirección de su departamento, su único refugio libre de miradas y desaires.

Al día siguiente,

La mañana transcurría con la misma frialdad que la tarde anterior.

Sebastián Novak no era un hombre que se dejara intimidar fácilmente. De hecho, podría decirse que era famoso por su temple de acero y su capacidad de resolver problemas antes de que siquiera surgieran.

Pero esa mañana, mientras caminaba de un lado a otro en su oficina, mascullando entre dientes y lanzando miradas asesinas a su celular, se sentía como un niño a punto de ser regañado por sus abuelos... y el infierno estaba a punto de desatarse.

La llamada que había recibido hacía menos de media hora había sido breve, contundente y terriblemente aterradora.

-- Querido, queremos cenar contigo esta noche… sabemos que estuviste de viaje –

-- Fue un viaje por negocios abuela –

-- ¿Desde cuándo te vas de viaje de trabajo con tu novia? –

-- ¿Mi qué?... abuela estas equivocada. Yo viaje… -- había intentado explicar la situación, no sabía de donde su abuela había sacado semejante mentira.

-- Mira Sebastian, desde que tus padres fallecieron te he criado llena de amor, te he inculcado valores y sentimientos, ahora no puedes decir que no estuviste con tu novia en ese viaje – le había dicho su abuela, la dulce pero temible doña Cata, con esa voz melosa que solo usaba cuando tramaba algo.

-- ¿Novia? ¡Abuela! De donde sacaste ese disparate – le había respondido Sebastián tartamudeado, algo inaudito en él.

-- No es ningún disparate muchacho, y sí hable claro… tu novia, Sebastián. No te hagas el tonto. Ya vimos la foto. ¡Por fin nos vas a hacer bisabuelos! –

Él casi había escupido el café encima de su laptop.

-- ¡Foto! ¿¡De qué foto están hablando!? – pero cuando Sebastian habló su abuela ya había cortado la llamada.

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