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Capitulo 15. La tercera noche... y el juego sin reglas

El desayuno fue un campo minado de silencios que gritaban.

Melisa, con el cabello recogido en una coleta alta y un vestido blanco que dejaba al descubierto los hombros, parecía más peligrosa que nunca. El tipo de mujer que entra a un lugar y cambia la temperatura solo con caminar. Sebastián no podía dejar de mirarla. No después de lo que pasó la noche anterior. No después de haberla tenido rendida bajo su cuerpo, gritándole que no se detuviera.

Pero ella actuaba con una calma que lo volvía loco. Sonreía con educación a los demás asistentes, bromeaba con algunos ejecutivos del grupo, y ni siquiera pestañeaba cuando le ofrecían café o un trozo de pastel. A Sebastián le ardían las manos por tocarla, pero la muy bruja no se lo estaba haciendo fácil.

Y sin querer él estaba comenzando a disfrutarlo.

-- ¿Dormiste bien? – le susurró al oído cuando estuvieron lo suficientemente lejos del resto.

-- ¿Tú qué crees, Novak? Estaba sobre ti, creo que el descanso fue... profundo —respondió ella sin mirarlo, con una sonrisa astuta mientras sorbía su café. Sebastián tuvo que disimular el escalofrío.

-- Eres peligrosa incluso antes de las diez de la mañana. ¿Siempre has sido así? –

-- Solo cuando me besan como si fueran a devorarme – le respondió, y esta vez bajo su mirada hasta los labios de él. Los mismos que la deseaban ardientemente, mientras sus ojos la miraban como dos brasas encendidas.

La jornada continuó entre charlas empresariales, paneles de liderazgo y talleres colaborativos. Pero bastaba un roce de dedos al pasar una hoja, una mirada fugaz mientras hablaban con terceros, o un comentario cargado de doble sentido, para que todo el aire entre ellos vibrara como una cuerda a punto de romperse.

Y entonces, al mediodía, apareció él. Su ex… Francisco.

Con su camisa perfectamente planchada y ese aire de seguridad que ahora parecía una burla para ella, el exnovio de Melisa ingresó al salón principal con paso firme, pero su rostro estaba fijo en ella, desde el día anterior no había hecho otra cosa que pensar en Melisa, lo hermosa que se veía al lado de ese sujeto, lo ardiente y deseada que podía ser, nunca antes la había visto asi, con la pandemia su contacto paso a ser virtual, y una vez que todo se calmó, él ya estaba enganchado en una relación romántica con la intensa de Sofia, viendo a Melisa como una chica linda pero sin ese fuego interior.

Melisa no lo miró directamente, no tenía motivos para hacerlo. Pero se dio cuenta que desde que ingresó al salón, francisco no dejaba de mirarla.

Ella podía sentir su mirada, así como la de muchos hombres ahí, pero estaba con Sebastian Novak, ¿Quién podría ser mejor que él?

-- Nadie – susurró para si misma, y sentirse deseada por su jefe le encantaba.

-- Creo que alguien está a punto de tener un infarto – le dijo Sebastián de pronto, acercándose solo lo justo para que nadie más escuchara la conversación, pero también para que Francisco supiera a quien le pertenecía ahora su ex.

-- ¿Quién es él? ¿Acaso eres Tú? – le respondió Melisa con una pregunta, levantando una ceja, divertida. Francisco no lo negó, él también estaría a punto de tener un infarto si no podría besar nunca más esos labios tan ardientes, si no podría rozar su piel, tenerla cerca, sentir su olor.

-- Tu ex cariño. Desde que ingresó está tratando de averiguar cómo demonios te convertiste en la mujer más deseada de este lugar – le dijo provocativo, aprovechando para acercarse un poco más a ella y susurrarle aquello en su oído.

Melisa se estremeció al sentir su aliento tan cerca, no había duda Sebastian la encendía y mucho.

-- Aunque no deja de mirar mi lugar, creo que lo que más le molesta a ese tipo, es que hayas terminado en los brazos de otro hombre… – sonrió coqueto. Mientras que su mente le agradecía en silencio, pues fue gracias a el engaño de Francisco que pudo estar con ella.

Melisa no respondió. Solo le devolvió la sonrisa con un poco más de filo y se giró, dispuesta a seguir con su día. Pero… luego, como si el universo quisiera hacer el día aún más intenso, Mariel volvió a aparecer.

No le basto con el desplate de Melisa la noche anterior, o con la crueldad de Sebastian al no apoyarla, ella seguía intentando revivir la llama que según ella todavía existía en su relación.

--Sebastián, querido – le dijo Mariel con esa voz dulcemente empalagosa, deteniéndose justo frente a él. No miraba a Melisa para nada. Había decidido ignorarla y lo estaba logrando. -- Estaba preguntándome cuándo tendríamos tiempo de conversar a solas. Hace tanto que no lo hacemos, y me gustaría decirte... –

--Lamento interrumpirte Mariel, pero eso no será posible – la interrumpió él con una falsa sonrisa. Luego, sin previo aviso, pasó su brazo por la cintura de Melisa y la atrajo hacia él. – Hoy estoy ocupado, además, no nos gusta estar muy alejados. ¿no es asi cariño? –

Mariel se tensó.

-- ¿Con ella? –

-- Con mi pareja – remarcó él con toda intención. Melisa sintió el peso de la mirada de la otra mujer, pero no se inmutó. Solo apoyó la mano en el pecho de Sebastián como si ese fuera su lugar natural. Él ni siquiera respiró, no soportaba ser tocado por su ex, y sin ningún disimulo retiro su mano de una manotazo.

Melisa se asombro por el acto, Mariel también. Incluso la pelirroja ahora tenía el rostro del color de su cabello.

-- ¿Pareja? – murmuró Melisa en el oído de Sebastián. Él tosió un momento y susurro solo para ella.

-- Pareja temporal Meli, somos socios lo recuerdas –

-- No me cuadra la idea, pero debo admitir que me gusta mucho como suena – responde ella coqueta.

El día pasó entre más cruces incómodos con Francisco, más miradas matadoras de Mariel intentando interpretar lo que había visto entre ellos dos, y más tensión entre jefe y secretaria. Una tensión que amenazaba con devorarlos si no se rendían pronto a ella.

Cuando por fin regresaron a la habitación esa noche, Sebastián dejó caer el saco apenas cruzaron la puerta. Estaba agotado, pero Melisa parecía estar en otro modo: caminaba descalza, bebiendo una copa de vino, con ese brillo travieso en los ojos.

-- ¿Una más? – le ofreció.

-- No deberías beber tanto – le advirtió él, quitándole la botella.

-- ¿Por qué no? ¿Temes que vuelva a montarme sobre ti? –

Sebastián tragó saliva.

-- Melisa... – balbuceo, el agua se le hacia boca al oírla. Quería lanzarse sobre ella, pero algo lo detenía, era la última noche juntos, después de hoy volverían a ser dos extraños en la intimidad.

-- No me detuviste anoche – ella se acercó, una mano en la copa, y la otra en su cadera. -- Y no estoy tan ebria esta vez jefe. Solo lo suficiente como para no mentir –

-- ¿Y qué quieres decirme que sea de verdad? – indago el presidente Novak. Ella se puso de puntitas y lo besó, lento, profundo, como si el tiempo no existiera. Una vez que terminó se alejó un momento,

-- ¿Quieres saber algo? –

-- ¡Aha! –

-- No me arrepiento. Ni de la primera noche, ni de la segunda. Pero… si vas a besarme como si no fueras a soltarme nunca... entonces hazlo de una vez, Sebastián Novak – él no espero más.

Sebastian la tomó por la cintura levantándola con un movimiento firme, devorándola con un hambre que lo había consumido todo el día. La llevó contra la pared, la copa de vino cayó sin romperse, pero bañando la alfombra. Ella rio entre jadeos. Él maldijo su propio autocontrol.

Y entre susurros, gemidos, besos y caricias que hablaban más que cualquier palabra, se rindieron una vez más. Se convirtieron en dos cuerpos reconociéndose, amándose otra vez, como si el universo los hubiera diseñado para encajar.

Melisa tembló en sus brazos. Él gimió su nombre con los labios pegados a su cuerpo. Y esa tercera noche… quemó más que las otras dos.

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