El desayuno fue un campo minado de silencios que gritaban.
Melisa, con el cabello recogido en una coleta alta y un vestido blanco que dejaba al descubierto los hombros, parecía más peligrosa que nunca. El tipo de mujer que entra a un lugar y cambia la temperatura solo con caminar. Sebastián no podía dejar de mirarla. No después de lo que pasó la noche anterior. No después de haberla tenido rendida bajo su cuerpo, gritándole que no se detuviera.
Pero ella actuaba con una calma que lo volvía loco. Sonreía con educación a los demás asistentes, bromeaba con algunos ejecutivos del grupo, y ni siquiera pestañeaba cuando le ofrecían café o un trozo de pastel. A Sebastián le ardían las manos por tocarla, pero la muy bruja no se lo estaba haciendo fácil.
Y sin querer él estaba comenzando a disfrutarlo.
-- ¿Dormiste bien? – le susurró al oído cuando estuvieron lo suficientemente lejos del resto.
-- ¿Tú qué crees, Novak? Estaba sobre ti, creo que el descanso fue... profundo —respondió ella sin mirarlo, con una sonrisa astuta mientras sorbía su café. Sebastián tuvo que disimular el escalofrío.
-- Eres peligrosa incluso antes de las diez de la mañana. ¿Siempre has sido así? –
-- Solo cuando me besan como si fueran a devorarme – le respondió, y esta vez bajo su mirada hasta los labios de él. Los mismos que la deseaban ardientemente, mientras sus ojos la miraban como dos brasas encendidas.
La jornada continuó entre charlas empresariales, paneles de liderazgo y talleres colaborativos. Pero bastaba un roce de dedos al pasar una hoja, una mirada fugaz mientras hablaban con terceros, o un comentario cargado de doble sentido, para que todo el aire entre ellos vibrara como una cuerda a punto de romperse.
Y entonces, al mediodía, apareció él. Su ex… Francisco.
Con su camisa perfectamente planchada y ese aire de seguridad que ahora parecía una burla para ella, el exnovio de Melisa ingresó al salón principal con paso firme, pero su rostro estaba fijo en ella, desde el día anterior no había hecho otra cosa que pensar en Melisa, lo hermosa que se veía al lado de ese sujeto, lo ardiente y deseada que podía ser, nunca antes la había visto asi, con la pandemia su contacto paso a ser virtual, y una vez que todo se calmó, él ya estaba enganchado en una relación romántica con la intensa de Sofia, viendo a Melisa como una chica linda pero sin ese fuego interior.
Melisa no lo miró directamente, no tenía motivos para hacerlo. Pero se dio cuenta que desde que ingresó al salón, francisco no dejaba de mirarla.
Ella podía sentir su mirada, así como la de muchos hombres ahí, pero estaba con Sebastian Novak, ¿Quién podría ser mejor que él?
-- Nadie – susurró para si misma, y sentirse deseada por su jefe le encantaba.
-- Creo que alguien está a punto de tener un infarto – le dijo Sebastián de pronto, acercándose solo lo justo para que nadie más escuchara la conversación, pero también para que Francisco supiera a quien le pertenecía ahora su ex.
-- ¿Quién es él? ¿Acaso eres Tú? – le respondió Melisa con una pregunta, levantando una ceja, divertida. Francisco no lo negó, él también estaría a punto de tener un infarto si no podría besar nunca más esos labios tan ardientes, si no podría rozar su piel, tenerla cerca, sentir su olor.
-- Tu ex cariño. Desde que ingresó está tratando de averiguar cómo demonios te convertiste en la mujer más deseada de este lugar – le dijo provocativo, aprovechando para acercarse un poco más a ella y susurrarle aquello en su oído.
Melisa se estremeció al sentir su aliento tan cerca, no había duda Sebastian la encendía y mucho.
-- Aunque no deja de mirar mi lugar, creo que lo que más le molesta a ese tipo, es que hayas terminado en los brazos de otro hombre… – sonrió coqueto. Mientras que su mente le agradecía en silencio, pues fue gracias a el engaño de Francisco que pudo estar con ella.
Melisa no respondió. Solo le devolvió la sonrisa con un poco más de filo y se giró, dispuesta a seguir con su día. Pero… luego, como si el universo quisiera hacer el día aún más intenso, Mariel volvió a aparecer.
No le basto con el desplate de Melisa la noche anterior, o con la crueldad de Sebastian al no apoyarla, ella seguía intentando revivir la llama que según ella todavía existía en su relación.
--Sebastián, querido – le dijo Mariel con esa voz dulcemente empalagosa, deteniéndose justo frente a él. No miraba a Melisa para nada. Había decidido ignorarla y lo estaba logrando. -- Estaba preguntándome cuándo tendríamos tiempo de conversar a solas. Hace tanto que no lo hacemos, y me gustaría decirte... –
--Lamento interrumpirte Mariel, pero eso no será posible – la interrumpió él con una falsa sonrisa. Luego, sin previo aviso, pasó su brazo por la cintura de Melisa y la atrajo hacia él. – Hoy estoy ocupado, además, no nos gusta estar muy alejados. ¿no es asi cariño? –
Mariel se tensó.
-- ¿Con ella? –
-- Con mi pareja – remarcó él con toda intención. Melisa sintió el peso de la mirada de la otra mujer, pero no se inmutó. Solo apoyó la mano en el pecho de Sebastián como si ese fuera su lugar natural. Él ni siquiera respiró, no soportaba ser tocado por su ex, y sin ningún disimulo retiro su mano de una manotazo.
Melisa se asombro por el acto, Mariel también. Incluso la pelirroja ahora tenía el rostro del color de su cabello.
-- ¿Pareja? – murmuró Melisa en el oído de Sebastián. Él tosió un momento y susurro solo para ella.
-- Pareja temporal Meli, somos socios lo recuerdas –
-- No me cuadra la idea, pero debo admitir que me gusta mucho como suena – responde ella coqueta.
El día pasó entre más cruces incómodos con Francisco, más miradas matadoras de Mariel intentando interpretar lo que había visto entre ellos dos, y más tensión entre jefe y secretaria. Una tensión que amenazaba con devorarlos si no se rendían pronto a ella.
Cuando por fin regresaron a la habitación esa noche, Sebastián dejó caer el saco apenas cruzaron la puerta. Estaba agotado, pero Melisa parecía estar en otro modo: caminaba descalza, bebiendo una copa de vino, con ese brillo travieso en los ojos.
-- ¿Una más? – le ofreció.
-- No deberías beber tanto – le advirtió él, quitándole la botella.
-- ¿Por qué no? ¿Temes que vuelva a montarme sobre ti? –
Sebastián tragó saliva.
-- Melisa... – balbuceo, el agua se le hacia boca al oírla. Quería lanzarse sobre ella, pero algo lo detenía, era la última noche juntos, después de hoy volverían a ser dos extraños en la intimidad.
-- No me detuviste anoche – ella se acercó, una mano en la copa, y la otra en su cadera. -- Y no estoy tan ebria esta vez jefe. Solo lo suficiente como para no mentir –
-- ¿Y qué quieres decirme que sea de verdad? – indago el presidente Novak. Ella se puso de puntitas y lo besó, lento, profundo, como si el tiempo no existiera. Una vez que terminó se alejó un momento,
-- ¿Quieres saber algo? –
-- ¡Aha! –
-- No me arrepiento. Ni de la primera noche, ni de la segunda. Pero… si vas a besarme como si no fueras a soltarme nunca... entonces hazlo de una vez, Sebastián Novak – él no espero más.
Sebastian la tomó por la cintura levantándola con un movimiento firme, devorándola con un hambre que lo había consumido todo el día. La llevó contra la pared, la copa de vino cayó sin romperse, pero bañando la alfombra. Ella rio entre jadeos. Él maldijo su propio autocontrol.
Y entre susurros, gemidos, besos y caricias que hablaban más que cualquier palabra, se rindieron una vez más. Se convirtieron en dos cuerpos reconociéndose, amándose otra vez, como si el universo los hubiera diseñado para encajar.
Melisa tembló en sus brazos. Él gimió su nombre con los labios pegados a su cuerpo. Y esa tercera noche… quemó más que las otras dos.
El amanecer en la isla era una pintura en tonos dorados y azules, y por un momento, Melisa pensó que todo podía ser sencillo, que su vida comenzaba a tomar forma nuevamente. Que podía reír, terminar el trabajo que comenzó en el viaje, regresar cada uno a su vida y pretender que no habían compartido noches de locura y deseo con su jefe.Se había levantado temprano, dejando a Sebastián profundamente dormido en la cama, enredado en las sábanas, con el cabello revuelto y esa expresión de paz y felicidad que hacía dos días la notaba. Lo miró una última vez antes de salir silenciosamente a caminar por el hotel.Lo necesitaba. Un momento para respirar, un momento para estar sola, tomó un café del comedor y con el aroma del mismo acompañado de la brisa marina, se hizo la promesa de un nuevo comienzo.No había caminado mucho cuando una voz conocida la detuvo, interrumpiendo su paz.-- Melisa… -- ella giró sobre sus talones para encontrarse con Francisco.Perfectamente arreglado, pero con una e
El aeropuerto de la isla vibraba con el bullicio de los pasajeros, turistas cargando sombreros de paja, maletas golpeándose entre sí, niños correteando entre los asientos en la sala de espera. Un auténtico caos semi organizado.Sebastian se arrepentía de no haber volado en el avión privado, pero con el problema familia de Daniel, las cosas en este viaje cambiaron para él. Eso sin mencionar el hecho de que se sentía utilizado por Melisa, quien según él había vuelto con su ex.Melisa soportando la indiferencia de Sebastian quien se estaba comportando como un maldito iceberg, mientras que ella intenta aparentar que nada le interesa.En realidad, había algo patéticamente gracioso en todo eso, porque después de haber compartido noches de lujuria, susurros roncos en la oscuridad y conversaciones intensas, ahora los dos apenas si se dirigían la palabra. Tratándose como si fueran dos extraños en un viaje de negocios, o mejor dicho peor a como se tratarían secretaria y jefe.Y lo peor de todo
Cuando el carrito de bebidas volvió a pasar, Melisa pidió una copa más. Necesitaba algo que adormeciera los recuerdos, que calmara el dolor ridículo que se agolpaba en su pecho.De reojo notó un movimiento, era Sebastian quien la estaba mirando, su corazón se aceleró solo con esa mirada. Ella bebió el contenido de su copa en un sorbo. No entendía lo que pasó con él, ese cambio de actitud así de brusco…Francisco también notó la mirada intensa de Sebastian, la misma que decía mil cosas sin necesidad de decir una palabra y volvió a aprovechar la situación. Le ofreció su hombro a Melisa,-- ¿Te molesta si te apoyas un rato? – le preguntó. -- Pareces cansada Mel – ella dudó un segundo. Entonces, sabiendo que Sebastián tenía sus ojos clavados en ella, sonrió dulcemente y apoyó la cabeza en el hombro de su ex, estaba cansada de tener que escuchar la melosa voz de Mariel desde su asiento y ver como interactuaba con su jefe, sobre todo después de que él le había confesado que no la soportaba
Capítulo 19. Frialdad en los pasillos. Parte IICuando el reloj marcó las cinco de la tarde, Melisa decidió salir un momento a despejarse. Caminó hacia la pequeña cafetería del edificio y pidió un café doble, intentando ahogar en cafeína la maraña de emociones que la estaban asfixiando.Se sentó en una mesa apartada y dejó que la mente viajara libremente, por primera vez desde que bajaron del avión.Recordó el momento en que Sebastián la había mirado en la playa, como si fuera un milagro prohibido, cuando estaban juntos tendidos en la cama aun sin tener contacto íntimo, como le susurro que sabía que era ella la mujer que estuvo con él en aquel hotel.Recordó cómo había acariciado su mejilla antes de besarla, como si temiera que ella saliera huyendo de ahí.Recordó cómo sus cuerpos se habían encontrado, una y otra vez, como si el universo entero hubiera conspirado para unirlos.-- ¿Todo eso había sido un juego para él? – se pregunto en voz alta, intentando pensar si alguien podría fing
Su abuela Catalina, no había querido seguir discutiendo con su nieto. Ella creía fielmente en las imagines que Mariel le había se había encargado de enviarle, asi que prefirió responderle a Sebastian enviándole a su teléfono la foto que tanto había mirado ella y su esposo Don Santiago Novak.Cuando Sebastian recibió la imagen que su abuela le envió se atragantó de horror.Era él.En la playa.De espaldas, y en sus brazos... estaba una Melisa coqueta en bikini, con su cabello de color de la nuez volando libre con el viento, riendo con esa risa cristalina que lo había perseguido en sueños.Sebastian no lo podía creer, pensó durante todo ese tiempo en la única tarde que se habían escaparon a pasear por la orilla del mar, que se iba a imaginar que las cosas terminaran como lo hicieron, o peor aún que alguien le haya tomado una fotografía asi… Melisa aferrada a su cuello como si no existiera nada más en el mundo que ellos dos.Luego de haber caminado por una hora sin saber que hacer, vuelv
Melisa lo observó durante un largo segundo, en ese segundo, todas las imágenes de las noches que habían compartido, de las caricias, los besos, las miradas, todo desfilo ante sus ojos.La idea de sentarse a la mesa fingiendo ser su novia... era peligrosa. Mucho más de lo que Sebastián podía imaginar. Pero también era deliciosa.Melisa sonrió, de forma maliciosa al pensarlo. ¿Qué puedo perder? ¿Quizás consiga hacerle saber que se equivoco al menospreciarme?-- Está bien – le dijo, aceptando la propuesta. Sebastian parpadeo sorprendido, había pensado que lo mandaría por un tubo, pero oírla decir sí, se sintió bien.-- ¿Así de fácil?, ¡En serio! ¿No te vas a arrepentir después? – ella negó,-- Digamos que me debe muchas explicaciones señor Novak. Y si esto me da un poco de ventaja… -- lo miró con una sonrisa torcida-- La voy a aprovechar, pero eso sí, lo haré, con una condición – Sebastián frunció el ceño, luego sonrío con esa sonrisa que hacia que a ella se le apretara el estómago.--
A la mañana siguiente, Sebastián llegó temprano a la oficina, aunque no pudo concentrarse del todo. Tenía la imagen de Melisa riendo, hablando con sus abuelos, fingiendo con una naturalidad que lo confundía. No sabía en qué momento se había vuelto tan consciente de sus gestos, de su olor, de la forma en que cruzaba las piernas cuando se sentaba frente a él.Melisa llegó unos minutos después, sin lentes y con el cabello suelto. Sebastián levantó la vista sin querer, y sintió una punzada en el estómago, se había quedado a propósito en el lobby para verla llegar.-- Buenos días, señor Novak – lo saludó ella, con su voz habitual.-- Buenos días, Hart – le respondió él, secamente.Ella lo miró un segundo más de la cuenta, pero luego siguió su camino a su escritorio. Tal vez era mejor que las cosas volvieran a su lugar.Tal vez...Sin embargo, las cosas no tardaron en descontrolarse nuevamente.Durante el almuerzo, Sebastián recibió una videollamada de su abuela.-- ¡Sebastián! ¿Dónde está
El lunes por la mañana, la oficina parecía un mundo aparte. Sebastián estaba distante, frío, volviendo a ese jefe inalcanzable que Melisa había conocido los primeros días. Pero ella no podía ignorar que había algo más. No era solo profesionalismo... era tensión. Una tensión que crecía más y más dentro de él.Ese día, mientras organizaban unos documentos en la sala de reuniones, sus manos se rozaron.Melisa se alejó un paso, consciente del estremecimiento que la recorrió.-- No deberías seguir jugando con fuego – le dijo sin mirarlo.-- ¿Y si me gusta quemarme? – le respondió él, con voz ronca.Melisa giró para encararlo. La cercanía era peligrosa. Sus labios estaban a centímetros. Él levantó la mano, apenas rozando su mejilla. Y entonces la puerta se abrió, era Daniel, su asistente.-- Sebastián, hay una llamada urgente de tu ex… Mariel – le informó. La burbuja explotó. Melisa se alejó de inmediato. Sebastián, molesto, asintió y se fue sin decir nada, él mismo había estado llamando a