Capítulo 4.
Viendo la expresión de Luis, los recuerdos me invadieron.
Era una noche lluviosa, cinco años atrás. Luis había asumido recientemente el cargo de Alfa de la manada, pero era cuestionado por los ancianos debido a su falta de fuerza. Estaba sentado solo en el campo de entrenamiento, cubierto de heridas.
Cuando lo encontré, miraba fijamente una piedra común que sostenía en su mano.
—¿Qué es eso? —Pregunté suavemente.
—Una piedra lunar —respondió con una risa amarga—. Dicen que es un objeto sagrado que le brinda fuerza y consuelo a un lobo. Pero la he sostenido desde hace tanto tiempo, y sigo siendo tan débil.
Me senté a su lado, cuidando de no lastimar sus heridas. —La fuerza no se gana de la noche a la mañana, ya estás trabajando duro.
—Elena —se volvió a mirarme, con los ojos llenos de vulnerabilidad—. Si algún día no soy lo suficientemente fuerte, ¿seguirás a mi lado?
—Lo estaré —respondí sin titubear—. Fuerte o débil, siempre estaré a tu lado.
En ese entonces, apretó mi mano con fuerza, como si yo fuera su piedra lunar más preciada.
Pero ahora, la llamaba un “símbolo de los débiles”.
—¿Elena? —Me llamó Salomé, molesta por mi ensimismamiento—. ¿En qué piensas? Devuelve esa piedra ya.
Volví en mí y noté que todos miraban la piedra lunar en mi mano.
—¿Devolverla? ¿Por qué?
El capitán dio un paso adelante, hablando con un tono severo. —La piedra lunar es un artefacto sagrado del pueblo de los hombres lobo. No es algo que una humana como tú pueda poseer. ¿De dónde la robaste?
—No la robé —fruncí el ceño—. El padre de mi hijo la encontró en la playa.
—¿La playa? —Se burló Salomé—. Elena, si vas a mentir, por lo menos has que suene creíble. Las verdaderas piedras lunares sólo se encuentran en territorios sagrados de los hombres lobo. ¿Cómo podría estar una en una playa pública? ¡Debes haberla robado!
El guardia estuvo de acuerdo inmediatamente. —¡Sí! ¡Debe ser robada! ¿Cómo podría una humana poseer legalmente una piedra lunar?
La expresión del capitán se endureció. —El robo de un artefacto sagrado es un delito grave. Según la ley de la manada, enfrentarás un severo castigo.
—¡Te dije que no es robada! —Mi paciencia estaba flaqueando.
—Entonces demuéstralo —dijo finalmente Luis—. De lo contrario, como el Alfa de mayor rango aquí, tengo derecho a entregarte al tribunal de la manada para enfrentar un juicio.
En ese tenso momento, las puertas del ascensor se abrieron con un ding.
Una pequeña figura salió corriendo, llorando. —¡Mami! ¡Mami! ¿Dónde está mi piedra? ¡Papi dijo que la encontrarías para mí!
Era mi cachorro de tres años, Adrián.
Mi corazón se derritió al verlo.
—¡Adrián! —Me arrodillé y abrí los brazos—. Ya la encontré, está justo aquí.
Los hombres lobo alrededor se quedaron atónitos.
El niño no tenía más de tres años, pero irradiaba el aura de un lobo de pura sangre, un aura tan potente que resultaba opresiva.
—Este… este niño… —balbuceó el capitán.
De repente, Salomé se precipitó y me arrebató a Adrián de los brazos. —¡Lleva sangre de un lobo de alto nivel! ¿Cómo es posible que una humana inferior como Elena haya parido semejante cachorro?
Adrián forcejeaba y gritaba en sus brazos. —¡Mami! ¡Mami! ¡Quiero a mi mami!
—¡El cachorro debe haber sido secuestrado! —Anunció Salomé en voz alta—. Elena no sólo es una ladrona de artefactos sagrados, ¡es la traficante del heredero de algún Alfa!
El vestíbulo estalló. —¿Tráfico de un heredero Alfa?
—Dioses, eso sólo prueba que los humanos no pueden escapar de su vil naturaleza. ¿Cómo se atreven a secuestrar a uno de los nuestros?
—No es de extrañar que tuviera la piedra lunar. ¡Debe haberla robado junto con el niño!
El capitán les ordenó inmediatamente a sus hombres. —¡Deténganla! ¡Cometió un delito grave!
Varios guardias se abalanzaron y me sujetaron los brazos detrás de la espalda.
Intenté luchar, pero eran demasiado fuertes y numerosos.
—¡Suéltenme! —Rugí furiosa—. ¡Adrián es mi cachorro!
—¿Tu cachorro? —Salomé se burló mientras sostenía a Adrián llorando—. ¿Acaso una humana puede parir un lobo de sangre pura? Elena, tus mentiras se vuelven más absurdas por segundos.
Adrián lloraba desconsoladamente en sus brazos. —¡Mami! ¡Quiero a mi mami! ¡Eres una mala mujer! ¡Una mala mujer!
Ver a mi hijo así de angustiado fue como un puñal en mi corazón. Así que luché con todas mis fuerzas, pero los guardias me sujetaban con determinación.
Luis se acercó y me miró desde arriba, con una expresión de profunda desaprobación.
—Sabía que eras una humana codiciosa, pero nunca imaginé que caerías tan bajo. Robo, secuestro, mentiras… ¿hay algo que no harías?
—Tuve razón al no elegirte antes, no eres digna de ser la compañera de un Alfa.
Se volvió hacia el capitán. —Llévensela y entréguenla al tribunal de la manada. En cuanto al niño, comiencen a contactar a las manadas principales para ver quién está buscando a su heredero.
—¡No! —Negué con desesperación—. ¡Adrián es mi hijo! ¡No pueden llevárselo!
Justo entonces, las puertas del ascensor se abrieron de nuevo y un hombre desprendiendo un aura de dominio absoluto salió.
Medía un metro noventa, vestía un traje negro perfectamente entallado, y se movía con la majestuosidad de un rey. Más aterrador aún, era el poder de su aura Alfa, tan intenso que dejó a todos sin aliento.
Todos los hombres lobo presentes, incluido Luis, bajaron la cabeza instintivamente, en un gesto de respeto.
—Rey Alfa.
Los ojos plateados del hombre recorrieron la sala hasta posarse finalmente en mí.
En el instante en que nuestras miradas se encontraron, mis propios ojos ardieron con intensidad y al segundo siguiente, un poder inmenso brotó de mí.
Unos ojos dorados de lobo brillaron dentro de los míos, y la marca latente en mi cuello comenzó a arder y resplandecer.
El vestíbulo entero se iluminó al instante con una luz plateada de luna.