Capítulo 9.
—No necesito tus piedras lunares. —Respondí, meneando la cabeza.
—¿Por qué? ¡Estas son las más preciosas, mil veces mejores que aquella piedra común de aquel entonces!
—Luis, ¿recuerdas aquella noche lluviosa? Dijiste que las piedras lunares podían otorgar fuerza y consuelo a un lobo —lo miré con calma—. Pero justamente hoy, las llamaste el símbolo de los débiles.
—¿Cuál es la verdad? ¿Realmente has cambiado tanto?
—¡No he cambiado! —Negó desesperado—. Elena, ¡mi amor por ti nunca ha cambiado!
—¿Amor? —Reí suavemente—. ¿Fue por amor a mí que celebraste un ritual de vínculo con Salomé?
—¿Fue por ese amor que, aún sabiendo que ella había contratado a una bruja para paralizar mi despertar, tú cerraste los ojos, dejándola destruirme?
El rostro de Luis palideció, finalmente cerró los ojos con dolor. —Elena, si en aquel entonces… te hubiera dicho la verdad, si solo te hubiera pedido esperar mientras usaba el poder de la familia Castro para fortalecer mi manada… ¿me habrías esperado?
—No.
—¿