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Karina Harroway no irrumpió en la habitación principal. La idea de que Olivia Neely la viera humillada le revolvió el estómago y no le dio la maldita satisfacción. Se refugió en el cuarto de invitados, y las horas se arrastraron mientras miraba cómo la luz gris y enferma del amanecer se filtraba por las cortinas.

Al amanecer, escuchó que la puerta principal se cerraba y Olivia se había ido. No fue sino hasta las siete de la mañana que oyó la puerta de la suite principal abrirse con la cautela de un ladrón, y a Dante Ashworth saliendo sigilosamente.

Qué farsa, pensó Karina. Si tan solo supiera que ella ya se había acostumbrado a despertarse así, sola, durante tres años.

Se puso su trench coat, ocultando la palidez de una noche sin dormir, y bajó la escalera. Dante estaba en el comedor, leyendo documentos en su laptop mientras bebía su café Blue Mountain.

Karina se deslizó en su silla. El silencio entre ellos no era cómodo; era un vasto y helado desierto. Karina necesitaba que el asunto se resolviera pronto y en especial que se resolviera a su favor.

—Dante, yo quería... —empezó Karina, tratando de sonar tranquila, pero su voz temblaba ligeramente.

Dante no necesitaba su palabrerío tan temprano.

—Espera —ordenó Dante con un gesto de mano, sin mirarla, inmerso en la pantalla—. Dame un segundo, es una cifra crucial.

Ella se detuvo, tragándose las palabras. Tres años y él seguía dándole prioridad a los números por encima de ella. En ese momento, la pantalla del teléfono de Dante se encendió.

El remitente: Olivia ❤️, incluso con el puto corazón.

El mensaje le quitó el aliento a Karina y pudo leerlo porque él no lo cubrió: «Anoche dejaste las gemelas en mi casa y las guardé para ti. La próxima vez no seas tan descuidado o ella sospechará.»

Karina sintió que el mensaje lleno de asquerosidades le quemaba el estómago. Las gemelas de platino. El regalo de cumpleaños rechazado y que Dante dijo: «Demasiado llamativos. No son apropiados para el negocio», pero sí eran apropiados para la casa de su amante de turno. El autoengaño se rompió en mil pedazos.

—Dante —llamó Karina. Su voz era ahora una nota tan baja y firme que cortó la concentración de él—. Necesitamos hablar ahora.

Dante alzó la mirada, visiblemente fastidiado. Sus ojos, habitualmente fríos, mostraban ahora una rabia contenida.

—¿Qué quieres, Karina? —preguntó en un tono cortante, como si ella fuera una subordinada inoportuna—. ¿No entiendes que estoy ocupado? Sé que no haces nada y no me entiendes, pero necesito que te calles y me dejes hacer mis putos negocios en paz.

Ella contuvo el aliento.

—Quiero saber por qué —articuló ella, señalando el mensaje con la mirada; mensaje que aun Dante no escondía—. ¿Por qué usas para ella un regalo que rechazaste de mí? ¿Por qué mientes sobre tu paradero? Anoche estuviste con Olivia, ¿verdad?

Dante se irguió y su máscara de frialdad se hizo más dura.

—No montes una escena absurda en el desayuno —ladró él—. ¿Es esto lo que haces ahora? ¿Revisas mi celular? Olivia y yo somos amigos. Vino a entregar documentos importantes y se fue.

—¡Mientes! —replicó Karina, elevando la voz. Era la primera vez que le gritaba en tres años y qué bien se sintió—. ¿Los amigos de trabajo te guardan tus gemelas en casa? ¿Los amigos de trabajo te besan en la mejilla y te hacen el amor cuando estás "demasiado ocupado" para ver a tu esposa en nuestro aniversario?

La serie de preguntas hizo que la expresión de Dante se contorsionara en puro fastidio. Agarró su teléfono y lo deslizó en el bolsillo de su traje y se levantó de la mesa sin espera.

—Basta, Karina —siseó él, con voz baja y peligrosa—. No tengo tiempo para tus dramas infantiles. Tengo la reunión más importante del trimestre en una hora y tu necesitas un puto Valium.

Dio un paso hacia ella, con la intención de tomar su brazo. Karina retrocedió, pegando su cuerpo al respaldo de la silla.

—¿Dramas? —preguntó ella. El dolor ahora era punzante y público, sin el barniz de la compostura—. ¿Sabes lo que es drama, Dante? Es haber puesto en pausa mi carrera. Es haber dejado mis sueños en un cajón por ti. Es haber custodiado esta casa vacía y helada durante tres años. Es haber esperado, rezando cada día por un minuto de tu atención. ¿Qué he sido para ti, Dante? ¿Un adorno caro para tus cenas o una garantía corporativa?

Las lágrimas cayeron sobre el mantel blanco. Dante se quedó inmóvil, observando sus lágrimas sin mover un músculo.

No le removía ni el estómago sus lágrimas. Estaba cansado de ella, de sus dramas y lágrimas. Karina era absurda y patética, y necesitaba que alguien le demostrara que el mundo no giraba a su alrededor y que ella era tan importante como el sucio de su zapato.

—Eres la señora Ashworth —declaró él, y su voz era seca, sin empatía—. Te he dado el apellido, la seguridad, la fama y la fortuna que querías al casarte conmigo. Asume tu posición.

La crueldad de su respuesta la golpeó con más fuerza que cualquier bofetada y Karina, aunque debió silenciarse, no pudo.

—No. ¡No es suficiente! —negó Karina con un sollozo. Se levantó de golpe y la silla raspó el suelo de mármol. Sus ojos, llenos de lágrimas, brillaban con una rabia recién nacida—. No quiero tu fama ni tu fortuna. ¡Quiero un esposo de verdad, no un extraño frío y calculador que me da un título para silenciarme!

Su voz se quebró, pero su resolución no.

Karina se inclinó hacia la mesa y lo miró fijamente.

—Dante, estoy harta de tu dejadez y tu desprecio. Divorciémonos —declaró con una calma antinatural—. Ya he redactado el acuerdo y solo necesito que lo firmes. Fírmalo y déjame en paz.

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