De esposa rechazada a su perdición
De esposa rechazada a su perdición
Por: Elizabeth W.
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El exclusivo restaurante giratorio de Chicago ofrecía una vista vertiginosa del *skyline*, pero la luz fría de las ventanas solo acentuaba la soledad en la mesa de Karina Harroway. Acarició el borde de la copa, sintiendo el cristal helado bajo sus dedos. El filete de res, australiano y de primera, estaba ya mustio. La tarta de trufa negra, el resultado de tres días y diez intentos fallidos, se había desinflado por un lado y el vestido que había sacado desde lo profundo de su vestidor, estaba arrugado en la silla.

Ese día era su tercer aniversario de boda. Tres años pasaron desde que había puesto en pausa una prometedora carrera en neurocirugía por la quimérica esperanza de que Dante la necesitara.

Tomó su teléfono y marcó por quinta vez.

—El usuario al que llama está ocupado —anunció la voz mecánica, tan fría como el trato de su esposo.

En ese momento, la pantalla se encendió con una notificación de W******p. Era de Olivia Neely, su fastidiosa asistente.

Karina abrió la aplicación y la humillación la golpeó como un puñetazo. Olivia posaba en el asiento del copiloto del Maybach de Dante, sosteniendo una copa, pero lo que la heló no fue la pose, sino la pulsera negra en la muñeca de Olivia; el modelo que Karina había buscado incansablemente en Europa para Dante. Él lo había rechazado con un seco: «No es necesario, guárdalo» y de pronto estaba en la muñeca de la antigua ex novia de su esposo.

El mensaje de Olivia era una flecha envenenada: «Trabajando hasta tarde, pero vale la pena por la sorpresa del Jefe D.».

"Jefe." Siempre utilizaba ese título en público, una intimidad disfrazada de profesionalismo que le impedía a Karina el derecho a protestar. Karina apretó los puños. Tres años de matrimonio, y su recompensa eran las provocaciones de una examante y las innumerables noches custodiando la aterradora villa de veinte habitaciones. ¿Cómo era posible que pausara una carrera tan importante por un hombre que ni el lado de la cama le calentaba?

El camarero se acercó y su expresión era de genuina compasión.

—Señora Ashworth, con el debido respeto... —titubeó el hombre con las manos en la espalda—. ¿Le gustaría que calentásemos sus platos? Es la tercera vez que pregunto.

Karina inhaló profundo, forzando una sonrisa tensa. El nudo en su garganta no se deshizo y empujó las lágrimas lejos.

—No, gracias. Ya no será necesario —respondió ella, con su voz apenas un susurro—. Por favor, envuélvalo todo para llevar.

—Como usted ordene. Lamento su espera.

Afuera, el viento helado de Chicago cortaba la piel. Karina entró en su propio auto convertible, sintiendo que los tres años de espera habían sido más fríos que esa ráfaga de otoño.

En el asiento, sintió el teléfono vibrar. Un mensaje de su hermano, Teo Harroway, el único que siempre estuvo de su lado.

«¿Cómo te fue en el aniversario? ¿Necesitas que pase a recogerte? No me has contestado el último mensaje.»

Al ver la preocupación de Teo, las lágrimas cayeron, rápidamente secadas. Teo se había opuesto al matrimonio desde el inicio porque Dante no era el cprrecto y él lo sabía en sus entrañas, como una mala enfermedad. Si él veía su miseria, su rabia sería incontrolable.

Limpió las lágrimas con el dorso de la mano y tecleó una respuesta rápida: «Hermano, todo bien. Estamos a punto de irnos a casa. No te preocupes. Te quiero mucho.»

«Recuerda, lo que necesites», respondió Teo al instante, con su mensaje cargado de una autoridad que ella sentía incluso a distancia. Karina guardó el teléfono. La frase de su hermano era una advertencia. Dependía de su fuerte presencia, pero también le temía; nunca se atrevía a contradecirlo, igual que a Dante.

Al llegar a la villa, la familiar oscuridad la recibió, pero esa noche había un cambio. Unos tacones de aguja plateados estaban tirados sobre la alfombra de la entrada. La marca de tacones favorita de Olivia. En el sofá, un abrigo beige con la pequeña "N" bordada de Neely colgaba, y la sangre de Karina se heló al instante.

Con pasos pesados, Karina caminó hacia la habitación principal. La puerta de la suite estaba mal cerrada y la voz melosa de Olivia llegó clara a los oídos de Karina, cargada de una insoportable satisfacción porque había conseguido estar en su lecho de esposos.

—Dante, ¿cuándo vas a firmar los papeles? —preguntó Olivia—. Quiero estar a tu lado abiertamente. Ya pasaron tres años.

Hubo un silencio prolongado. El corazón de Karina latía salvajemente. Su mente rogaba que Dante la despidiera, que la pusiera en su lugar, pero en su lugar su respuesta heló su sangre.

—Olivia, sé paciente. Estamos en la víspera de cerrar el trato más grande del año y necesito que este matrimonio siga activo.

—¡Pero yo soy la que paga el precio! —se quejó Olivia, con su voz volviéndose aguda y melodramática—. Mi pierna duele por el cambio de tiempo. Sabes lo que hice por ti...

—Lo sé —interrumpió Dante—. Y te lo pagaré. Siempre lo hago.

Karina se apoyó en el muro, sintiendo el frío en su espalda. ¿Dolor de pierna? ¿El incidente de la escalada? Olivia no solo lo presionaba, lo manipulaba con su culpa de haberle salvado la vida.

—Entonces, ¿cuándo terminará este absurdo matrimonio? —insistió Olivia, con un tono más exigente.

El silencio fue más breve esa vez. Luego, la voz fría y autoritaria de Dante Ashworth, sin pizca de duda o remordimiento, resonó, sellando el destino de Karina.

—Pronto. El contrato de tres años termina hoy. Solo necesitaba asegurar mi posición en la junta directiva antes de soltarla. La fusión Harroway-Ashworth está asegurada, y ella ya no es necesaria —dijo pasando su dedo por su mentón—. Solo seré tuyo.

Karina cerró los ojos. La revelación no fue dolorosa, fue absoluta. No había sido el trabajo. Había sido un plazo comercial cuyo tiempo había expirado justo después de que Dante obtuviera lo que quería. Ella no era una esposa, era una garantía.

Se dio la vuelta, y sus movimientos fueron repentinamente firmes. No necesitaba escuchar la voz de Dante una vez más. Las lágrimas, que había contenido ante Teo, finalmente cayeron, pero no de tristeza. Eran lágrimas de resolución.

La farsa había acabado.

—Se acabó —murmuró Karina para sí misma, con calma.

Caminó hacia su vestidor y la alfombra gruesa amortiguó sus pasos. No había temblor en sus manos mientras abría la caja fuerte. Sacó un sobre sellado y notariado. Dentro se encontraba el Acuerdo de Divorcio que su abogado había preparado a escondidas hace dos meses y que ella guardó para el momento oportuno.

—Mi tiempo no te perteneció, Dante —afirmó en voz baja, sintiendo el peso del papel en su mano y las lágrimas quemando sus mejillas—, pero mi futuro sí me pertenece y no es contigo.

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