Mia salió corriendo de la sala con pasos torpes pero decididos, la respiración entrecortada y el corazón latiéndole como un tambor desbocado.
Cada zancada parecía impulsada por el miedo y la desesperación, como si el suelo bajo sus pies fuera insuficiente para sostener la urgencia que sentía.
Su mirada se clavaba en cualquier puerta que pudiera ofrecerle una salida, cualquier lugar donde pudiera desaparecer y que nadie la encontrara.
—¡Mia! —gritó Aníbal con desesperación, alzando la voz mientras sus piernas comenzaban a moverse a toda velocidad tras ella.
Su pecho se agitaba, y una mezcla de preocupación y frustración lo consumía.
No podía permitir que se escapara, no después de todo lo que habían vivido, no después de lo que significaba para él.
Cada segundo que pasaba lejos de ella se sentía como un abismo.
—¡Aníbal! —exclamó Rosalina desde el otro lado de la habitación,
Mientras tanto, Silvia permanecía unos pasos atrás, con una sonrisa burlona dibujada en el rostro, observando la