Adeline se sentó en el sofá de la consulta del psicólogo, nerviosa por tratarse de su primera vez. Después de todo, hablar de sí misma y de sus inseguridades con un extraño no era algo sencillo de hacer. Pero era necesario.
Trató entonces de concentrarse en la habitación, en los libros, en las estanterías, en la oscuridad y tranquilidad de la sala. Pero aun así, su corazón latía con fuerza y miedo. Había llegado al punto en el que no podía seguir ignorando sus demonios internos y necesitaba enfrentarlos.
—Adeline, ¿cómo te sientes hoy? —comenzó el doctor. Era un hombre de cabellos grises y ojos penetrantes.
—Me siento… rota. Como si no encajara en ningún lugar —jugueteó con el borde de su falda, mientras decía esas palabras tan ciertas y dolorosas.
Adeline sabía que encajaba en un lugar, en su hogar, junto a sus hijos, en su papel de madre. Pero después de eso no había nada más. Adeline la persona individual, no encontraba otra motivación que esa, no se encontraba a gusto dentro de su