Susana comenzó a masajear sus pechos ante la atenta mirada de su jefe. Anhelaba escuchar palabras lascivas de esos labios masculinos y ardientes. Sin embargo, nada de eso sucedió.
—Vístete inmediatamente.
Gustavo apartó la mirada con hastío y murmuró una maldición, que Susana no supo exactamente a quién iba dirigida.
—Señor, pero…
—Recoge tus porquerías y ni te atrevas a presentarte mañana. Está de más decir que estás despedida —soltó, dejando a la mujer sorprendida.
Evidentemente, Susana no se esperaba este tipo de reacción, por lo que recogió su ropa rápidamente y salió corriendo lejos de esa oficina. La mujer lloraba luego de haber sufrido una de las peores humillaciones de toda su vida.
«¿Qué le pasaba a este hombre?», pensó, mientras corría lejos de esas cuatro paredes. «¿Acaso era gay?», fue lo único que se le ocurrió para justificar su rechazo y para sentirse un poco mejor consigo misma.
Pero Gustavo no era gay. Desde luego que no. Sin embargo, no lograba entender por qué