Gustavo despertó con la sensación de unos delgados brazos rodeándolo. Al abrir sus ojos reparó en la menuda figura que se apegaba sugestivamente a su cuerpo. Carol seguía durmiendo, pero se había acurrucado demasiado cerca, invadiendo su espacio personal, invadiéndolo con su delicada esencia.
Había logrado interrumpir su sueño con su descaro y el sol aún ni siquiera se había asomado. Así que no le quedó más alternativa que verla dormir, y acariciar su suave brazo, ese que se atrevía a tocarlo. Esa mujer lo estaba volviendo loco.
Pasaron varias horas para que Carol se despertara. Comenzó primeramente a removerse entre sueños, hasta que sus ojos se fueron abriendo y el horror se dibujó en ellos, al ser consciente de que lo había estado abrazando todo el rato.
—L-lo siento —murmuró con un sonrojo muy notorio, alejándose de un salto.
Carol se levantó y miró hacia la ventana, dándose cuenta de que había amanecido y que, por la intensidad del sol, debería ser demasiado tarde.
—¡Ciel