Se detuvo, como si acabara de ganar una batalla.
—Lo sabía. Solo fingías que no te importaba.
—No —le respondí, serena—. Solo quería decirte que mañana te espero en el juzgado. Iré con mi abogado. Vamos a firmar el divorcio antes de que se te ocurra arrepentirte.
Su boca se torció en una mueca de rabia.
—Perfecto. No veo la hora de librarme de ti. Eres malvada y manipuladora. ¿Quién carajos querría amar a alguien como tú?
Y con eso, se marchó a paso firme, arrastrando detrás a su damisela rota.
Yo no me moví. No dije nada. Solo volví a sentarme en mi silla, como si nada hubiera pasado.
Selena permanecía cerca, con algo de duda en los ojos.
—Si estás... triste —murmuró con suavidad—, no tienes que aguantártelo. Está bien sentir algo, aunque él haya sido un imbécil.
Negué con la cabeza.
—No estoy triste. Solo me lamento de no haberlo hecho antes. Fui una cobarde.
Su sonrisa apareció con cautela.
—Entonces, ¿de verdad no...?
—No. Me siento aliviada.
—Me alegra —me respondió, ya sonriendo