En mi octavo aniversario de bodas, mi mejor amiga me envió un regalo por WhatsApp.Era una fotografía.Estaba recostada en un sofá, con una copa de vino en la mano, sonriendo como si el mundo entero le perteneciera. Iván, mi hijo, estaba acurrucado a su lado, como si aquello fuera lo más normal del mundo, y, al otro lado, estaba Elías, con su mano descansando con demasiada confianza sobre el muslo de Lía. Parecían una familia feliz. Una de esas que se ven en los anuncios. Me quedé mirando la imagen un momento, antes de escribir: «Qué bonito».Media hora después, Elías entró dando un portazo y su voz retumbó por toda la casa.—¿Por qué siempre tienes que tratar tan mal a Lía? ¡Siempre con tus burlas, siempre echándole la culpa de todo, como si tú nunca hicieras nada mal!No reaccioné.Iván, mi propio hijo, se acercó empujándome con una mueca de disgusto.—Eres una mala mamá—me dijo—. Ojalá la señorita Lía fuera mi mamá de verdad.Ya ni siquiera me dolía.Fui directo al cajó
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