Gabriel me miró con ternura, con la mirada de un padre a su hija. —En mi corazón, siempre serás una niña que no crece, pero señorita, debo decir que tu seriedad y dedicación en el trabajo es excelente, pero quizás en la vida no lo es tanto.
Sé por qué dice eso, pero todos tenemos nuestras propias convicciones y personalidad, dicen que es difícil cambiar la naturaleza de una montaña.
—Sara, un poco de ingenuidad te hará feliz, especialmente en la vida, no es necesario que todo esté claro, ¿entiendes? — fue como el tierno consejo de un padre anciano.
Viendo su mirada preocupada, pensando en su nefasta enfermedad, aunque todavía mantengo mis convicciones, le respondí.
—Sara — me llamó Gabriel.
— ¿Sí, lo sé?
Se quedó callado por un momento.
—No, seguro que hay algo — pude ver que dudaba en decirlo.
Gabriel sonrió. —Nada puede ocultarse de ti.
— ¿Por qué ocultármelo? ¿Qué secreto tienes que no puedes contarle a la señora y a Alejandro? Puedes contármelo, te garantizo que guardaré el secret