Sergio frotó su frente contra la mía —Te extraño mucho, muchísimo.
Tomó mi mano y la guió hacia su entrepierna.
Retiré mi mano, ocultándola tras mi espalda. Al ver mi nerviosismo, se rio suavemente
—¿Acaso no me deseas?
—No, para nada. Y ya de por si tengo sueño —lo empujé mientras buscaba las llaves.
Los nervios me traicionaron y no podía encontrarlas. Al final, Sergio las sacó por mí.
—Gatita asustada —susurró en mi oído.
Todo mi cuerpo ardía, como si su calor fuera contagioso.
Sergio abrió la puerta y cuando iba a entrar me detuvo —¿dejasen serio no me vas a dejar pasar?
—No, no —ni podía mirarlo.
Pero igual se coló dentro. Lo miré molesta —Sergio.
—No me quedaré —recorrió cada rincón de la habitación, revisó minucioso las ventanas y volvió—. Todo está seguro, las puertas, ventanas y el interior están bien.
Mi corazón se estremeció y algo comenzó a crecer de repente dentro de mí.
—Has tenido un día bastante pesado entre vuelos y hospital. Date una buena ducha y descansa —acarició mi