El miedo no se ha ido
Isabella Taylor
Hay días que se sienten como una tregua. Como si el universo, cansado de golpearte, y te ofreciera una pausa, solo una brisa, un amanecer más tibio en los brazos de quien amas. Una taza de té sin náuseas. Una caricia en el alma.
Así se sintió esa mañana.
El sol entraba suave por la ventana, y el aroma a jazmín que Luciano había rociado en mi pañuelo flotaba en el aire. Mi cuerpo ya no dolía tanto. Mi vientre se alzaba firme, redondo, y cada movimiento del bebé me recordaba que estaba viva. Que seguía adelante. Que no me había roto del todo.
Renata había traído una canastita con frutas cortadas y galletas de avena. Sonrió al dejarla en la mesa, y me dio un beso en la frente, como si fuéramos hermanas de verdad. Había algo distinto en ella. Una especie de brillo furtivo en sus ojos, de satisfacción contenida. Yo no dije nada. Pero lo sabía. La reconocí. Porque yo también había amado así: en silencio, con fuego, con miedo a que se descubriera lo que